Anorexia democrática y voluntad popular

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

22 ene 2018 . Actualizado a las 08:43 h.

Cada vez hay más expertos -un experto es un sabio anónimo e indeterminado en cuya boca ponen los ignorantes lo que no se atreven a decir- que se muestran preocupados porque el país está paralizado. No se gobierna -dicen-, no se consensúa, no se legisla, no se toman medidas de alcance, no se reúne el pacto de Toledo, no se acuerdan la financiación autonómica ni las reformas constitucionales, no nos libramos de Puigdemont y el Real Madrid no mete goles. Y cuando alguien les pregunta el porqué de tanta anorexia política, los mismos expertos responden con dos bobadas infinitas: porque Mariano Rajoy lleva el pasotismo en sus genes, y porque la clase política va a lo suyo y no se preocupa de la gente.

Pero la realidad es tozuda, y día a día nos demuestra dos cosas: que el último político al que se le conocen algunas decisiones de gobierno de dimensiones y calado estatal es Rajoy; y que nuestro querido pueblo -o sea nosotros-, que a finales de 2015 se encontró sin advertirlo con un Parlamento ingobernable -por falta de experiencia, por su indignación obcecada y por su desafección a los partidos-, ahora, a sabiendas y con plena conciencia de lo que hace, se ha lanzado en tromba a multiplicar la ingobernabilidad por los ayuntamientos y autonomías de España, hasta convertir a nuestra clase política en un montón de predicadores cuyas palabras solo tienen sentido y recepción en los límites bien marcados de sus respectivas sectas.

España está paralizada, con perdón, por voluntad popular. Porque su Parlamento, cada vez más fragmentado y babélico, no tiene ninguna capacidad ni de acuerdo, ni de decisión, ni de análisis; y porque, si vamos a fiarnos de los centenares de fake polls -enquisas amañadas- que se publican diariamente, todo apunta a que el proceso de anorexia gubernativa solo puede empeorar. Al pueblo le mola la incertidumbre y el riesgo, y si todavía no nos hemos despeñado es porque la derecha pudo retrasar su esfarelamento cainita un poco más que la izquierda. Pero todo apunta a que esa excepción también tiene los días contados, y que, lejos de crear una alternativa a lo que hay, vamos a experimentar, si no con el telegobierno -como Puigdemont-, con el intento de gobernar sin Parlamento -o contra el Parlamento- y desde la montaña rusa.

Europa, que suele ir delante, ya está muy metida en este juego. América, que tantas veces ponemos como ejemplo, ya parece un país de vayapordiós. Democracias tan cultas y asentadas como Italia, Alemania, Holanda o Bélgica se tiran meses y meses con gobiernos interinos. El faro de la democracia, que es el Reino Unido, se está columpiando en el brexit. Y a nosotros, gracias a la alianza del pueblo con el populismo y con los cárteles secesionistas, nos quedan días muy aciagos. Porque una democracia puede hacer casi todo, menos gobernarse bien cuando su electorado no quiere.