Puigdemont, retratado

M.ª Carmen González Castro
M.ª Carmen González VUELTA Y VUELTA

OPINIÓN

24 ene 2018 . Actualizado a las 07:36 h.

En menos de 24 horas, Carles Puigdemont ha quedado retratado, tanto en el fondo como en la forma, por si a alguien le quedaba algún resquicio de duda sobre los objetivos del expresidente de la Generalitat.

Y ha quedado retratado en el fondo cuando Marlene Wind, profesora de la Universidad de Copenhague a la que Puigdemont acudió a dar un conferencia, definió las ansias de los separatistas catalanes como el «intento de unos malcriados de librarse de los pobres». Profundizó en las críticas cuando le espetó si su objetivo era «hacer una limpieza étnica». Y acabó desmontándolo al recordarle que democracia no es solo hacer referendos y votar, sino respetar también las leyes vigentes y la Constitución.

Son acusaciones demoledoras recibidas en un país miembro de aquella Unión Europea que, a decir de Artur Mas, Oriol Junqueras y compañía, estaba deseando recibir en sus brazos a una Cataluña independiente. Pero que hacen una lectura muy cruda y sin aderezos de lo que buscan los soberanistas.

También en las formas ha quedado retratado Puigdemont. Y lo ha hecho él solito, con un poco de impulso del juez Llarena. Hace tiempo que la huida del expresident es una obra de teatro dirigida a conseguir minimizar el castigo que le espera por sus hazañas independentistas. Viajar a Dinamarca no era más que una provocación a la justicia española para forzar su detención coincidiendo con el anuncio de Roger Torrent de que Puigdemont es de nuevo el candidato a presidir la Generalitat. Y su estrategia quedó en evidencia cuando, ante una medida que le permite seguir en libertad en su exilio dorado, reacciona airado tildando la decisión del juez de «sorprendente y delirante».

Es humanamente comprensible que Puigdemont trate de sortear la cárcel, como lo haría cualquiera. Pero la única vía que le queda es que lo pelee junto a su abogado en el Tribunal Supremo. Y lo tiene difícil. Pero seguir alargando una obra de teatro destinada a conseguir cada vez menos aplausos no lo va a librar de ir a prisión.

Uno de estos días Puigdemont debería levantarse por la mañana y percatarse de que llegó el momento de dar paso a otros, de dejar que el Parlament elija un nuevo presidente, sin cargas judiciales, y de permitir que la vida política en Cataluña siga. A el ya solo le queda aspirar a quedar retratado en alguna sala del Palacio de la Generalitat con la leyenda: President 2016-2017.