MIR educativo, precaución, ministros sueltos

Enrique del Teso
Enrique del Teso REDACCIÓN

OPINIÓN

03 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Méndez de Vigo me recordó a Def Con Dos. Llegó al Ministerio de Educación con pose de jubilado y diciendo que él no sabía gran cosa de educación pero que sus colaboradores eran unos hachas. Era una secuencia coherente después de Wert. Primero un ministro dinamitero y luego un jubilado con las manos detrás mirando los escombros. A Rajoy debió parecerle que tenía aspecto bonachón y medio ocurrente y, lo que es peor, que tenía maldita la gracia su tendencia al chascarrillo, y lo puso de portavoz para dar un aire chistoso al Gobierno. Pero decía que me recordó a Def Con Dos, por su coreografía interpretando Ultramemia. Sus cantantes se alternan en esas estrofas hardcore como si se quitaran la palabra uno a otro. Strawberry iba de un lado al otro del escenario y según pasaba al lado del micrófono solataba su frase rapeada y seguía su ruta saltando mientras el otro cantante tomaba el relevo hasta que Strawberry volvía a pasar por el micro y decía otra frase. Y es la impresión que me da Méndez de Vigo y el resto de la flor y nata gubernamental con la educación. Da la sensación de que andan a sus cosas de un lado a otro y de vez en cuando y de pasada sueltan lo que se les ocurre en algún micrófono y siguen a sus otras ocupaciones. Repiten el estribillo machacón de que hace falta un gran pacto nacional por la educación o que invertir en educación es invertir en futuro y otras frases ya ácidas de tantas veces regurgitadas. Y sobre ese estribillo sueltan ocurrencias sueltas y desganadas que sólo remueven el polvo del erial legislativo que dejó el embajador Wert. Ahora, según pasaba al lado del micrófono, Méndez de Vigo suelta en plan Strawbery lo del MIR educativo. No se trata de que la idea de un MIR para enseñantes sea mala. El problema es que lo del MIR, que podría ser una mejora en la selección de profesorado, se está mascando en un ambiente y con unos preámbulos que hacen temer lo peor. La puesta en marcha del MIR llegaría con al menos cuatro amenazas: desenfoque, clientelismo, financiación y falta de encaje.

Desenfoque. Una alteración sustancial de la manera en que se selecciona al profesorado corre el riesgo de ser un barullo que rasque donde no pica. El problema de nuestro sistema educativo no son los profesores. Nuestro profesorado está bien capacitado. Si hay algún problema de rendimiento y control, es más por falta de incentivos que de disciplina, crea lo que crea Rivera. Por la parte baja, no se puede creer seriamente que las tasas de abandono tengan nada que ver con el rendimiento y capacidad del profesorado. Y por la parte alta no hay ningún problema grave en nuestro sistema: nuestros chicos y chicas de notable y sobresaliente realmente son muy buenos. Haré una generalización con tufo corporativo pero que tengo por verdadera: de todos los entes que intervienen en la educación (teóricos de la enseñanza, inspectores, consejeros y ministros, evaluadores y hacedores de ránkings, …) los que mejor están haciendo su trabajo, en conjunto, son los profesores. No es ese nuestro punto débil. Tenemos un sistema que segrega socialmente cada vez más, que ya gasta por intereses ideológicos más de la cuarta parte de su dinero en conciertos educativos, que perdió un profesor por hora en los cuatro primeros años de Rajoy, que cada vez tiene menos recursos para atender la diversidad, en el que crecen las tasas y bajan las becas y que da a la religión el peso que antes tenía la filosofía, entre otras cosas. Hacer ruido con la selección del profesorado es desenfocar y distraer de donde están los problemas.

Clientelismo. La idea del MIR educativo es una uva que viene en un racimo de medidas que afectan al acceso y estabilización del profesorado. Sus impulsores políticos desconfían de las oposiciones y del hecho mismo de que los profesores sean funcionarios. Quieren que el sistema sea menos mecánico y más discrecional («inteligente») y que incluso los directores de los centros puedan decidir a quién contratan. El funcionario estable tiene el inconveniente de que puede rendir poco con impunidad y la ventaja de que puede trabajar con profesionalidad sin que se le pueda presionar por intereses espurios. El sistema discrecional tiene la ventaja de que se puede sancionar e incluso echar a quien no rinde y tiene el inconveniente de que todo el mundo trabaja debido y a la merced de alguien. España conoce bien el problema de la impunidad, pero conoce mejor todavía los efectos devastadores del clientelismo. Plantar un sistema discrecional en un ecosistema caciquil, como el que tanto gusta a nuestra casta política, tendrá la consecuencia inevitable del clientelismo y el cacicazgo. Es el tipo de pasos que no hay que dar si no se da bien. Es cierto que en el documento original de Juan Marina se habla de un concurso nacional para acceder al máster de profesorado, que a su vez es condición para el MIR (en realidad, DEP) y de una inconcreta Evaluación Final para ser funcionario. El concurso nacional tiene la ventaja de que también los profesores de la enseñanza concertada serían seleccionados por concurso público y que ingresarían en el máster sólo aquellos que serán efectivamente profesores. Aquí hablo de amenazas y me centro en las pretensiones de las fuerzas políticas.

Financiación. El sistema del MIR (DEP) cuesta dinero. Si no hay ningún plan para regenerar el tejido roto durante estos años es poco probable que nadie vaya a impulsar un cambio en la selección y promoción del profesorado con una inversión suficiente. Una vez más, el problema es que poner en marcha medidas sin la financiación que requieren es peor que dejar las cosas como están. Juan Marina propone un sistema de siete años (cuatro de grado, uno de máster y dos de DEP) para ser profesor, porque quiere que sea una profesión «de élite». Él y todos sabemos que si queremos que los mejores matemáticos se dediquen a la enseñanza sencillamente hay que pagarles más, no hacer más larga su carrera. El de enseñante sigue siendo un oficio que la gente no quiere abandonar, pero es evidente su deterioro. Sería un sarcasmo alargar el acceso a la carrera docente para tener a una élite a la vez que empeoran las condiciones de trabajo y proliferan plazas de profesorado que son verdaderos subempleos. El sistema de prácticas remuneradas es caro y la profesión docente no mejorará porque se alargue la carrera. Sin dinero, el MIR sólo traerá destrozos.

Encaje. No se pueden hacer cambios sustanciales sin armonizar la situación transitoria y la situación nueva a la que conducen con la situación de partida. Seguimos hablando de amenazas fundadas, no de daños irremediables. Un MIR obliga a reconsiderar el máster y seguramente debería ser una reformulación que sustituya a ese máster, que es como se hace en el caso de los médicos. Si no armonizamos damos lugar a situaciones desencajadas. Wert dejó la amenaza de reducir los grados a tres años, por lo que podríamos llegar a que un profesor se formase con tres años de grado, uno de máster y dos de MIR. Es decir, a una situación en que su especialidad fuera sólo la mitad de su formación. Dejar los cinco años de licenciatura en tres de grado y no hacer nada más de especialidad no mejora la formación de los profesores. La empeora y mucho. Otro aspecto más de encaje. ¿Qué haríamos con los interinos? ¿Diríamos a alguien a quien el estado lleva contratando y baremando diez años que no tiene el MIR? Y, si lo tiene y seguimos la sugerencia de Marina, ¿los interinos con cierta antigüedad ya no tendrían prueba competitiva para hacerse funcionarios?

No hay nada, absolutamente nada, en la fracturada e inestable situación política actual de España que sugiera remotamente que podamos hacer un pacto nacional de envergadura sobre la educación. Y no hay nada que sugiera que el estado vaya a hacer una inversión económica relevante en la educación. Las amenazas sobre cualquier cambio de calado no son temores vagos. Son peligros ciertos. La prudencia reclama más tranquilidad y menos alarmas educativas gratuitas. Hacer las cosas a destiempo es peor que no hacer nada y también es peor que no hacer nada hacer cualquier cosa.