Febrero

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

03 feb 2018 . Actualizado a las 09:09 h.

estoy escribiendo en el segundo día de febrero. En esta parte del mundo se celebra la fiesta de la Candelaria. Al otro lado de la mar, en Pensilvania, en un lugar de nombre impronunciable, Punxsutawney, una marmota está saliendo o quedándose en su madriguera. Es Phil que con su sombra anunciará que quedan todavía seis semanas de invierno, o que la primavera ya está próxima.

Por estos lares la sabiduría popular estableció que «cuando la Candelaria llora, mitad del invierno va fóra», Han pasado cuarenta días desde la conmemoración del nacimiento de Jesús, y con esta fecha concluye la Navidad coincidiendo con la Presentación del Niño según la tradición judeocristiana.

Yo siempre he sido un entusiasta de esta fiesta. Acaso porque de alguna manera se anticipaba la primavera, Los días se desperezaban alargando las tardes que perezosas evitaban la llegada de las noches.

Todavía estamos en el ecuador del invierno y no hay que fiarse del mes que se inicia que por algo es conocido en el lenguaje campesino como febrerillo el loco, como «febrerillo el orate cada día con un disparate». Faltan muchos fríos por llegar, esperamos que la nieve visite de nuevo con su manto albo los campos de Castilla, que la mar se encabrite por las costas de mi tierra , pero yo sé, me consta, que la primavera es ya una certidumbre.

Y pensaba que en una página de un libro leído hace tiempo, de un libro olvidado que de repente se instala en mi cabeza, contaban que las muchachas encendían antorchas esta noche y caminaban hasta la amanecida preludiando el alba aguardada y era en una saga finesa, o en el Kalevara nórdico, o en un poema perdido, una cantiga de amigo escrita en las Hojas de Yerba de Cunqueiro, o de Whitman que tanto da.

Desde mi ventana el cielo del paisaje apresado se tiñe de magenta, de rojos que anuncian vientos de febrero, el mas corto de los meses que como cada año trae en su carro de mañana los Carnavales y el miércoles de ceniza que anuncia la cuaresma.

Otra vez la cifra mágica de los cuarenta días que ayunó el Señor en el desierto, la cuarentena que da sentido a esta forma de vivir, desde el occidente cristiano

Y este año vuelve a los orígenes, al ejercicio latino de februare, cuando los romanos limpiaban sus hogares para invocar la pureza, que en ocasiones llegaba en forma de copos de nieve, blanqueando el horizonte. Son 28 días uno tras otro, días de tardes crecientes en las que florecen las mimosas poblando de amarillos el paisaje.

Las camelias comienzan a languidecer después de haber nacido en el corazón del invierno.

Y quien escribe siente que galopan los días y las semanas, los meses, cabalgando hacía ninguna parte, mientras los calendarios que miden el tiempo se van llenando de hojas secas arrancadas de un año recién inaugurado que debutó con el ya pasado enero. En lontananza, al final del camino, se ve cómo avanza febrero entre brumas, entre vientos, corriendo desesperadamente hacia la primavera que viene.