No quiero que nadie se pudra en la cárcel

OPINIÓN

Rafa Alcaide | Efe

15 feb 2018 . Actualizado a las 07:37 h.

La más deleznable expresión del populismo penal es la que dice lo contrario de lo que reza mi título: ¡que se pudran en la cárcel! Y, puesto que incluso los hombres más inteligentes y virtuosos están llenos de gregarismos e ignorancias, debemos reconocer que, ante la visión de los niños violados y las mujeres asesinadas brutalmente, casi todos pensamos alguna vez semejante animalada. Conviene afirmar, sin embargo, que esa tendencia instintiva a la represión de los delitos más graves no justifica que personas serias y maduras se dejen llevar por una dinámica de endurecimiento penal que, además de ser inútil -como demuestra el alarmante crecimiento de los delitos sexuales y de género-, solo quedaría saciada si volviésemos a la barbarie penal desplegada por los estados absolutos durante los siglos XVI y XVII, que, en contra de lo que muchos creen, convirtió en benévolos aprendices a los verdugos medievales.

Coincidiendo con la transición, se implantó en España una cultura penal muy avanzada, cuyos buenos efectos se perdieron primero a causa del terrorismo, que favoreció el uso casuístico de la justicia penal, y, después, por el populismo justiciero, que utilizó la violencia de género para asentar la idea de que determinados criminales no pueden ser ni rehabilitados ni controlados. Y para eso se inventó la «prisión permanente no permanente», que, para evitar su tufo dictatorial a pena incierta, se llamó, eufemísticamente, prisión permanente revisable.

El problema es que, cogido ese camino, apenas reflexionamos ya sobre las razones por las que se está disparando la criminalidad más aberrante, o por qué, como se dice en la cola de la pescadería, «pasa ahora lo que nunca pasó». Y así, carentes de reflexión y de respuestas razonables, estamos abocados a un endurecimiento de nuestro ordenamiento penal que genera más frustración que beneficio, que llena de incoherencia el sistema, y que convierte a nuestra democracia en el régimen más carcelero de Europa. Y mucho lamento que el PP, que en tantas cosas ha sabido mantener la calma, se haya puesto al frente de esta manifestación, que, en su deriva más blanda, acaba creyendo que la protección de la convivencia empieza por legislar sobre todo y acaba en la cárcel perpetua, sin que nadie se plantee qué cultura y qué educación están alimentando esta funesta espiral.

Lástima que el debate lo haya suscitado una coalición opositora que, lejos de buscar la vuelta al consenso, solo quiere infligirle a Rajoy una derrota. Porque el resultado puede ser el de frustrar una demanda social inquietante, sin poner las bases para una cultura penal avanzada. Porque si no fuese así, y si la propuesta de abolir la prisión permanente fuese digna e inteligente, estaríamos ante el principio de una revisión del modelo penal a la que ningún hombre de bien podría oponerse. Porque no es consecuente, decía Séneca, «responder a las mulas con coces y a los perros con mordiscos».