La guerra en bronce

OPINIÓN

25 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Todo el estruendo de la polémica abierta sobre la petición de retirada de la estatua de Woody Allen en Oviedo sin cerró con un murmullo cuando el Ayuntamiento decidió dejarla tal y como está. Sinceramente creo que nunca se planteó la pregunta adecuada ¿por qué tiene el cineasta una escultura en la capital? No es por su rica trayectoria cinematográfica --por eso en su día ya le dieron el Premio Príncipe de Asturias de las Artes-- ni tampoco por sus cualidades humanas. La ciudad se premió a sí misma con la estatua después de que Allen dijera que le parecía exótica y como un cuento de hadas, mientras se obviaba para la eternidad que había añadido «con príncipe y todo», demasiado sarcasmo para los anales. Es desde hace años uno de los lugares donde a la gente le gusta más fotografiarse y el consistorio apostó por ceñirse a lo que digan los tribunales y ni un paso más. Hubo quien en el furor contra Allen llegó a decir que todas sus películas reproducen la historia de un hombre maduro tratando de seducir a una mujer más joven, y es injusto. Su temática es variada, entre ella hay al menos dos historias, «Delitos y faltas» y «Match Point», que concluyen con la moraleja de que hay crimen sin castigo y además el tiempo es capaz de disolver los remordimientos.

Se quiso hacer un juicio en efigie a un elemento que tantos escogen para guardar una imagen de recuerdo, un instante congelado de memoria, la representación. ÚItimamente se nos hace difícil distinguir las dimensiones. La guerra en bronce. Fue la mofa de la semana la llamada del vecino mohíno a la Policía cuando vio de lejos a Joaquín Reyes grabando un gag cómico mientras interpretaba a Puigdemont. Cuando todo se resolvió adecuadamente, el delator se justificó con un «no está la situación para bromitas». Pero ese es nuestro problema, que ya no separamos lo acontecido del chiste.

Entraron en prisión unos titiriteros por una pancarta que portaban sus marionetas en las que alguien imaginó un mensaje de exaltación del terrorismo. Ha sido condenado a cárcel un rapero no por sus escasísimas dotes musicales, sino por el contenido atroz de algunas de sus letras ¿de verdad decir barbaridades (y él las dice) debe estar penado con la prisión? Va ya para unos años con más arrestos, juicios y condenas por exaltación del terrorismo que por actos terroristas reales. Las batallas contra lo simbólico son agotadoras y un poco hueras. Pero es como una epidemia de tontería que nos invade. En el saldo del procés, y para defenderse ante la posibilidad de entrar en una celda, el argumento más recurrido es precisamente que todo fue una puesta en escena, una performance señor juez. Tengan cuidado, precisamente hoy se castigan con severidad esas cosas por aquí.

En un ataque de estulticia sin parangón, la dirección del Ifema decidió por su cuenta y riesgo retirar una obra de la exposición de ARCO, que acoge, porque les pareció en exceso irreverente que se titulara «Presos políticos». La cúpula judicial en Cataluña plantó días después al presidente del Parlament, Roger Torrent, por decirlo en un discurso. Fue una protesta tajante y acertada pero no se prohíbe a Torrent decirlo. El daño de la dirección de Ifema a la imagen internacional de España es gigantesco y no se asume ninguna responsabilidad, sólo falta que se justifiquen diciendo que fue algo simbólico, que es una vida que es sueño, sólo un juego de espejos.