28 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La familia Cosmen y sus cohortes de directivos visten telas uniformadas: lanas, algodones, sedas, pieles, todas de muy alta calidad, a menudo importadas de Milán, París, Londres, Nueva York (no son una excepción: los Masaveu, los Herrero…). Algunas, incluso de ovejas y vacas autóctonas. Nada sorprendente. Viene de lejos en el tiempo y en el espacio. El vestuario es grafía y fonema, pancarta y altavoz de quien estatuye, de quien patronea.

En absoluto es asimismo sorpresivo que, por resolución económico-legal, los conminados sean conminados a otro uniforme, confeccionado con telas de otro pelaje, digamos chino. Un laboratorio extraería conclusiones muy lumpen del análisis de las materias, y de los tintes, y de la química general, apretujados en las camisitas oficiales de los conductores de la tera flota de ALSA.

Pero sin llegar a desvelar las conclusiones de los tubos de ensayo, la naturaleza de los tejidos que los Cosmen dictan a su proletariado se ofrece des-carada y des-carnada en las pieles de estos. Es innecesario que yo entre ahora a consultar un manual de uso y abuso dermatológico. Basta con el sustantivo «irritación». Irritación de piel. Irritación de razón.

Con el sol ‘cascando’ y con la luna (parabrisas) multiplicando, la química china se enajena de exultación, entra en un frenesí orgiástico, en todo parigual a un ‘bukkake’ que, una vez concluido, deja los restos hasta donde fueron lanzados; esto es, en la piel del conductor.

Sin embargo, y ya que antes escribí «viene de lejos», hoy hay una involución, de contrastarse con el Medievo. En aquel tiempo, y por un día, la aristocracia guerrera se vestía con los harapos de sus vasallos, y estos con las finas telas de aquellos. Tal vez en los próximos carnavales la familia Cosmen y sus cohortes de directivos hagan el canje.