Todo, en función de un solo hombre

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

02 mar 2018 . Actualizado a las 07:14 h.

Supongo que lo habré escrito alguna vez: los dos únicos argumentos que funcionan ante los independentistas catalanes son el dinero y la cárcel. El dinero hizo que los miembros de la Junta electoral del referendo de octubre dimitieran en bloque al saber la multa que les iba a caer. Mano de santo. La cárcel, porque hizo conversiones milagrosas: los interrogados por el juez Llarena calificaron la declaración de independencia como simbólica y prometieron asumir la legalidad. Y algo más visible todavía: el miedo a la cárcel hace que Puigdemont no pise territorio español ni con la peluca de Carrillo. Son pequeños detalles que quedan ahí para que la sociedad catalana del futuro valore la valentía de sus héroes de la independencia. El fantasma que ayer sobrevoló el Parlamento catalán iba vestido con una toga y unas puñetas blancas y miraba fijamente a Roger Torrent y a los diputados indepes. Nada más percibir su mirada en la nuca, todos esos señores recordaron dónde están los Jordis y Junqueras y hasta la CUP se avino a retirar la moción que propugnaba revitalizar la DUI. El miedo guarda la viña constitucional. En su lugar, todos quedaron muy orgullosos de solicitar que cesen las «injerencias del Gobierno» ante los tribunales que impiden poner en práctica el mandato del referendo (recuerdo que fue ilegal y sin la menor garantía). Y lucieron condiciones literarias para escribir una larga parrafada envolvente sobre los derechos y los decretos sociales, civiles, políticos e incluso medioambientales que suspendió el opresor Tribunal Constitucional. ¿Y lo de Puigdemont? ¡Lo han legitimado! Está acusado de graves delitos, como el de sedición y rebelión. Está huido de la Justicia. Puigdemont fue el culpable de todo: del 155 al rendirse ante quienes le llamaban traidor; del bloqueo político en que está Cataluña; de prolongar el bloqueo y de que continúe el 155 al proponer que un preso sea el presidente. Pero hay que legitimarlo para que su nombre sea honrado por los siglos de los siglos. Hay que poner su nombre escrito en mármol para que su retirada sea honorable y para darle autoridad moral para designar sucesor. ¿Vale para algo más la legitimación del prófugo? Creo que no. A España no puede venir, poder efectivo no va a tener y probablemente se quedará como presidente de esa coña llamada «espacio libre» o «Consejo de la República», que parece un anuncio de Ikea. Desde allí tramará todo lo imaginable por lograr la independencia, que es su única forma de regresar sin pasar una temporada en prisión. Egoísmo puro. ¿Y después de eso lo rehabilitan? En un país normal le exigirían responsabilidades. Solo en un país normal.