07 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Fariña empezó siendo un libro, pasó a convertirse en serie, luego en secuestro judicial y terminó siendo una causa para defender la libertad. Hace ya muchos años vi el documental Marea Blanca que trata del narcotráfico en Galicia y la generación perdida y devastada por la droga. Aquí escuché por primera vez el nombre de Sito Miñanco, Los Charlines o Laureano Oubiña. «La mejor generación que ha dado Vilagarcia de Arousa arrasada por las drogas» dicen en el documental. No sé bien por qué, todo ese mundo de los narcos gallegos me sugestionó, picó mi curiosidad; leía todo lo relacionado con este tema con una entrega y voluntad absoluta. Me llamaba la atención que todo esto estuviese ocurriendo en las Rías Baixas, al lado de donde mis tíos iban a pasar sus vacaciones. Unos señores de pueblo habían alcanzado una profesionalidad absoluta para introducir cocaina y hachís en Europa. Gente de boina, pantalón de pana y dominó ganándole la partida a un Estado; y en muchos casos con connivencia y admiración de sus vecinos. No todo es tan sencillo como aquí lo cuento, pero si quieren saber el porqué y el cómo de todo esto vayan a su librería y cómprense el libro de Nacho Carretero.

Con los años, esa curiosidad no cesó, pero si esa sugestión y esa especie de admiración que profesaba cuando era un imberbe. Me di cuenta de que eran delincuentes, y que lo que uno debía hacer era luchar contra ellos y sus intereses.

Compré el libro Fariña el primer día que salió a la venta. Lo leí con el ansia con el que el alcohólico bebe la primera copa del día: anotaciones, subrayados, comentarios. El libro era una mina sin fondo de donde extraer conocimiento. Recurro a el a menudo cuando no tengo nada de lo que escribir: el realismo mágico lo inventó Cunqueiro, y en los narcos gallegos tienen a unos de sus máximos exponentes. «Menos mal que yo no creo en la violencia, porque si no os mataba a todos» le espetó Sito a un juez, y Oubiña no se queda corto, así se depachó con la fiscal: «Los gallegos no nos quedamos sin arandelas». Cuando alguien me pregunta si debe leerlo, simple le digo lo mismo: «Es un libro repleto de anécdotas e historias para contar. Y los que saben contar historias nunca están solos». La labor de investigación, recopilación y análisis que ha hecho Nacho Carretero en este libro es para quitarse el sombrero. Nacho es uno de los mejores reporteros con los que contamos en este país; da igual de lo que escriba, siempre hay que leerle.

Sobre el reciente secuestro de la publicación por parte de un juez a petición de Bea Gondar, poco que añadir que no esté dicho ya. Simplemente basta como muestra la conversación entre éste y una periodista:

- Usted ha sido acusado de blanqueo de capitales en 2005 -dice la periodista.

- He quedado con ustedes en que sólo iba a hablar de Fariña -responde Bea Gondar.

Con una frase el personaje se retrata y muestra tal y como es.

La serie, estrenada el pasado miércoles aprovechando el revuelo, me ha gustado. Quizá un poco forzadas ciertas expresiones y coletillas en gallego, quizá un retrato demasiado salvaje y paleto de los protagonistas. Pero hace que uno esté enganchado y no quite ojo de la pantalla. Eso sí, me sobran los anuncios: ya no estoy acostumbrado a interrupciones en medio de la trama. La única pega, que este relato tan vibrante haga con Sito, con Oubiña, con los narcos gallegos, lo que ha hecho con Pablo Escobar o el Cartel de Medellín. Ojalá que la serie no sirva para blanquear a estos delincuentes, que a partir de aquí no se engendren ídolos. Por eso es muy importante escuchar a Carmen Avendaño, a los jueces, policías y periodistas. La generación perdida, en verdad, fueron dos generaciones arrasadas por las drogas que dejaron familias rotas y heridas abiertas que jamás sanarán. «No son héroes, son hijos de puta», me dice alguien que tuvo relación con todos estos señores de la droga. Quedémonos con las palabras de este hombre herido.