URSS 1, EEUU 0

OPINIÓN

15 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No estaría de más recordar, que hubo un tiempo en que el orgullo yanqui fue vapuleado. El autor de tan efímera gesta, al menos su cabeza visible, fue un desconocido llamado Yuri Gagarin. Este personaje despegó de un cosmódromo soviético hace más de medio siglo y aunque no soy nadie para juzgar su mérito -vaya a usted a saber si no fue obligado- lo cierto es que el camarada Yuri, con más suerte que ciencia, logró ser el primer hombre en viajar por el espacio exterior. Poco le duró el liderazgo cosmológico a la antigua Unión Soviética, al poco la maquinaria americana planeaba un órdago a la grande enviando a un hombre a la luna -tampoco éstos anduvieron con demasiados miramientos en cuanto a seguridad se refiere, de hecho hoy se sabe que tenían preparadas hasta las esquelas, por si acaso-.

Desde entonces hasta hoy el liderazgo de EEUU es irrefutable porque quien sea capaz de dominar el exterior de la tierra ¿qué problemas podrá tener dentro?, además ¿no les parece extrañamente inquietante la forma que tiene un misil espacial? -Quiero decir un cohete espacial-.

Hasta aquí nada nuevo, pero hace unas semanas el presidente de la Federación Rusa, al viejo estilo del Politburó, nos dejó temblando con el anuncio de su nueva arma... el Kinzhal, un artefacto que supuestamente dejará los sistemas de protección estadounidenses a la altura del Porexpan. Y es que Putin como en otro tiempo lo hizo Kruschev ha iniciado otra vez la vieja discusión del yo la tengo mayor y en esta gresca de patio de escuela, me planteo si echarme a reír o reutilizar la fosa séptica de mi finca como refugio nuclear.

Bromas aparte y obviando el golpe de efecto que perseguía el caucásico Putin, exaltando la autoestima patria para ganarse electores, lo cierto es que nuestro paradigmático personaje ha abierto de nuevo la carrera armamentística y por ende la tecnológica.

Llámele casualidad o no, desde comienzos de año hemos presenciado un resurgir del interés por el espacio; tema arrinconado durante muchos años por preocupaciones terrenales. Esta simpatía comenzó con las declaraciones de Trump sobre la intención de regresar a la Luna o con el deseo reavivado de la NASA por llegar a Marte. Lo cierto es que a Estados Unidos le toca jugar y necesita un golpe de efecto para continuar siendo el más fuerte de la clase.

Pese a que la autoridad militar no funciona con el terrorismo ni con los problemas internos, -recuerden que el águila no está preparada para cazar moscas-, dicen los entendidos que el poderío armamentístico de América del Norte es incontestable... ¿o no?; porque, según parece, ha venido el ruso con sus locos cachivaches.

Esperen y verán cómo la opinión pública americana no tardará en exigirle a Trump su promesa «Make America great again». Los americanos necesitan una bravuconada, un Hiroshima, un John Glenn, un Apolo 11... Si otros presidentes más discretos lanzaron bravatas colosales, ¿qué hará el político más histriónico de la historia?, ¿le dejarán relanzar otra vez la carrera espacial?, ¿tendrá el apoyo suficiente para materializar sus fantasías? Y la última pregunta que me hago: ¿nos servirá todo esto para algo?