En defensa del taxista de toda la vida

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

20 mar 2018 . Actualizado a las 08:09 h.

No es ciencia ficción ni siquiera solo ficción. No era una película. Era la realidad. No se trataba del futuro. No fue en el 2118, con naves espaciales. Sucedió el domingo por la noche, día de san Salvador, en una carretera normal. No pasó en Marte ni en algún otro planeta lejano. Ocurrió en la Tierra. En una localidad de Arizona, Estados Unidos. La víctima fue una ciclista. El vehículo que la atropelló era un coche sin conductor de Uber. Como lo leen. En el asiento del piloto no iba nadie. Eran unas pruebas del proyecto que la empresa llama, con creatividad, taxis autónomos. Es el momento de hacer una defensa del taxista de toda la vida. Del taxista cabreado. De aquellos primeros taxis en los que íbamos y en los que olía fuerte a tabaco. El taxi amarillo y negro de Barcelona. De aquellos profesionales que nos llevaron de aquí para allá, una y otra vez. Con su radio puesta, en el fútbol, muchas veces en las emisoras de derechas. Ese mítico taxista enfadado que hacía su trabajo a la perfección. Esos hombres y mujeres que se dejaron las espaldas, las cervicales, la paciencia para sacar adelante a sus familias antes de que a alguien se le hubiese ocurrido que era mejor, primero, que no hiciese falta una licencia para conducir un taxi y trabajar como taxista y, ahora, que es todavía más espléndido que los taxis vayan dirigidos por robots. Más ahorro, más caja. Todo perfecto. Hasta que una ciclista, humana, decide cruzar por donde no debe y no se enfrenta a un coche donde hay otro humano que reacciona y evita el atropello. Ese taxi no tenía taxista que diese un volantazo y se enfadase y le gritase todo tipo de improperios a la ciclista que se le cruzó. En ese taxi el capitán a bordo era un robot y un programa que no tenía metido aún entre sus datos de reacción: ciclista que cruza de repente. En estos proyectos del futuro que ya estamos sufriendo hoy en día no caben los seres humanos de toda la vida, sí, usted que lee y yo que escribo. Como tampoco tienen en cuenta las caricias ni los sentimientos. Se puede programar todo, dicen los expertos. ¿Pero se pueden programar el amor y la pérdida? ¿El dolor? ¿El placer? Me niego a que solo seamos datos que se cruzan, en ocasiones de forma fatal, como el domingo. Quiero seguir gozando de mi paladar mientras pueda. No quiero taxis autónomos. Ni taxis sin licencias que no cotizan ni pagan los impuestos que yo estoy obligado a pagar. Prefiero volver al taxista de toda la vida, sí, al que se gira y te dice sin parar de hablar, después de preguntarte a dónde vas: «España no puede ir peor. En este país nada funciona. Está todo como el tiempo, que no hay quién lo entienda. Yo no soy de derechas, eh. Pero los experimentos, mejor con gaseosa. Ah, y el Madrid, otra vez campeón de Europa, ¿no?».