21 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La semana pasada entré en La Paloma y todo fue distinto. Era el mismo lugar de siempre, pero otro cachito de su alma e idiosincrasia se había ido. Primero fue Ubaldo, ahora faltaba Jose. Benavides fue un trabajador incansable -47 años en la casa- y se convirtió en un personaje icónico en la hostería asturiana. El pasado domingo no pude despedirme de él, y lo siento. Bien es cierto, que desde que me enteré de su jubilación acudí siempre que pude a presentarle mis respetos y decirle adiós.

Para mí siempre fue José el de La Paloma. Siempre he sabido que no era el dueño, pero actuaba como tal. Controlaba el ambiente y las conversaciones con discreción y maestría. Qué no habrán visto sus ojos y escuchado sus oídos. Su alegría tras las barra era contagiosa. Los domingos son menos domingos sin La Paloma, y ahora lo eran un poquito menos sin Benavides. Nada más atravesar la puerta, él ya tenía la cabeza levantada y una sonrisa dibujada en la cara: «Dos vermús, dos gambas y unas aceitunas». Dos ahora, que primero fueron tres. A estas alturas sobra decir que La Paloma tiene el mejor vermú y las mejores gambas a la gabardina del mundo entero: ritual profano de todo aquel que visita la ciudad. En una época complicada de mi vida, cuando mi madre ya no se podía mover de casa, íbamos los domingos y comprábamos una botella de vermú y una bandeja de gambas. No era lo mismo, está claro, pero todo aquello hizo más fácil y llevadero un trance complicado.

Empecé a ir al vermú en cochecito. Luego corría entre la gente sorbiendo Coca-Cola y gamba en mano. En esa edad tonta que es la adolescencia, fui arregañadientes. Y ahora voy con amigos y chicas. Pero, sin ninguna duda, el vermú que más sigo disfrutando es el que tomo junto a mi padre: siempre vermú, gambas y aceitunas.

La Paloma es el mejor lugar del mundo para tomar el aperitivo -como lo llaman los cursis- no sólo por la calidad de sus productos, también por las personas que forman su equipo. Me siento en casa cada vez que entro. Aquí bebí, y lo seguiré haciendo, cientos de vermús y muchas mahous. He festejado Nochebuenas desde las dos de la tarde y alguna que otra Nochevieja, siempre cantando y volando el cava. En su barra he saboreado la victoria y lamido mis heridas. Uno de esos lugares, de los pocos, que me dan la medida de mí mismo.

La última vez que hablé con José me dijo que se iba en febrero, que la próxima vez nos veríamos en Benidorm. Ojalá que sea así. Benavides no era sólo un camarero, consiguió ser un referente en la hostelería. Le he visto acordarse de más de quince pedidos, y siempre con una sonrisa y una frase ingeniosa. No es que fuese el mejor camarero del mundo, era algo más. Ojalá disfrute de la vida como jubilado y tenga salud, poca gente se lo merece tanto como él.

He de decir que ahora ando un poco rabiado, porque ya no habrá quien se acuerde de mi comanda. Aunque creo que este problema lo solucionaré rápido.

Al igual que Ubaldo, José Benavides siempre estará presente en La Paloma y en mi recuerdo. Un vermú y una gamba.