Las manos de Mandela

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

01 abr 2018 . Actualizado a las 09:48 h.

En sus largos y duros años de prisión en Robben Island, Nelson Mandela acabó obsesionándose con sus manos. Un día, accidentalmente, se manchó con pintura y dejó una impresión de la huella de su mano en una pared. Se quedó fascinado mirando el contorno, en el que se veía la silueta del continente africano. Para un político, las manos siempre han sido una metáfora útil, porque el poder se expresa con ellas: sirven para estrechar las de otros políticos, para firmar decretos, para cerrarlas en un puño o abrir la palma y hacer un saludo fascista, o pueden ser esposadas o atadas, como le pasó al propio Mandela.

En la misma cárcel había otro preso que se dedicaba a leer las líneas de la mano y Mandela le pidió que le vaticinase su futuro. Como todos los lectores de manos, el quiromántico le dijo lo que quería oír: de su pulgar se deducían cualidades innatas de liderazgo, mientras que su Monte de Venus y su dedo Júpiter indicaban que era una persona compasiva y honesta, sin traza de materialismo. La línea principal de su mano derecha era más débil que la de su mano izquierda, lo que quería decir que en sus decisiones predominaban las emociones sobre la lógica. Pero en su Línea de la Vida se veía que algún día saldría de esa prisión y lograría el poder.

Quién sabe si esta superchería dio fuerzas a Mandela hasta que el pronóstico sin base científica se cumplió y Mandela fue liberado. Siguió entonces una divinización y una comercialización del antiguo revolucionario que llegó a extremos abochornantes. Y cuando una de las grandes empresas mineras del país le sugirió reproducir sus manos en oro puro, el propio Mandela cayó en la tentación. Se mandaron hacer 27 copias -una por cada año que había pasado en la cárcel- en oro de un 99,99 % de pureza. Se da la circunstancia de que esta empresa, Harmony Gold, también había confeccionado antes reproducciones del anillo del poder de El Señor de los Anillos en oro puro, para coleccionistas. Ese anillo, como se sabe, otorga un poder que corrompe a quien lo posee, por eso los protagonistas de la novela intentan destruirlo a toda costa. Mandela debió tener un mal sueño una noche, porque también se arrepintió y mandó que se destruyesen todas las copias en oro de sus manos. Demasiado tarde. Al igual que en la novela de Tolkien se salva un anillo, se salvó un juego de manos de Mandela. Lo había comprado un empresario que se las llevó a Canadá, y que desde entonces ha estado intentando venderlas en el mercado. Lo ha conseguido esta semana pasada. Las manos de Mandela han alcanzado los 10 millones de dólares. El comprador es una empresa de acuñación de la criptomoneda bitcoin, que está adquiriendo todo el oro que puede para garantizar sus emisiones. Así que a partir de ahora esas manos de Mandela servirán para apoyar otra clandestinidad: no ya la de la lucha contra el apartheid sino la especulación en Internet. La empresa habrá recibido ya las manos de Mandela en sus tres cajas de madera de nogal brasileño. Al parecer, las manos están tan bien hechas que hasta se aprecian sus huellas dactilares. Mandela había sido boxeador y se nota que tiene un nudillo dañado. En el juicio en el que le condenaron, ante el jurado, cerró el puño con el pulgar por fuera en vez de por dentro -la señal secreta del Congreso Nacional Africano- y eso está ahí igualmente. En la cárcel se hizo un corte profundo en el pulgar, y eso también se ve. Porque el hecho es que hay una pequeña verdad en la lectura de manos: no es cierto que permita conocer el futuro, pero sí el pasado.