Los flagelantes

OPINIÓN

12 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mediante el sacramento del bautismo, los católicos son liberados del pecado original que es inherente a su condición humana desde Adán y Eva. Existen más pecados, como los veniales que no requieren confesión alguna o el terrible pecado mortal, que requiere confesión si uno no quiere ir al infierno de cabeza sin perdón divino alguno, pues Dios es sabio pero anticuado, salvaje y sediento de sangre.

Alrededor del año 1260 surgió, o al menos es una de las primeras noticias que se tienen de ello, la secta o movimiento de los Flagelantes, en Perugia. Estos pensaban que se podía lograr la salvación eterna sin necesidad de confesión, con la sola participación en las procesiones de penitentes. Un eremita, Raniero Fasani, organizó una hermandad de Disciplinati di Gesù Cristo, y el movimiento se extendió por Italia y el resto de Europa con mayor o menor fortuna. Algunas procesiones llegaron a juntar unas 10.000 personas. Mujeres, hombres y niños se flagelaban en un espectáculo sangriento y fanático látigo en mano que terminó alarmando a la Iglesia Católica. En el siglo XIV, el Papa Clemente VI prohibió expresamente estas sangrientas procesiones, a pesar de lo cual las prácticas flagelantes han sobrevivido hasta nuestros días y hoy se celebran bajo la bendición de las autoridades eclesiásticas en algunos lugares una vez domesticado, es decir, sin la peligrosidad que podía albergar un movimiento así para el poder de la Iglesia. Se quedó el fanatismo fundamentalista de gruesas y sangrientas maneras y se diluyó cualquier otra cosa que tuviera dentro el movimiento.

Pero aquellos que buscan la expiación de los pecados al margen de las autoridades eclesiales siguen entre nosotros a pesar de que las autoridades laicas no juzguen pecados. Los hay que se flagelan por los supuestos pecados que sus antepasados cometieron durante conquistas, pues ya se sabe que la culpa se hereda exactamente igual que el pecado original desde Adán y Eva, y del mismo modo que los flagelantes creían que su tortura pública durante una procesión penitente eximía de dar cuentas a un confesor de la Iglesia y así obtener el perdón divino, nuestros flagelantes se deconstruyen públicamente para obtener un perdón laico y social.

Los flagelantes de hoy sienten que deben exhibir sus vergüenzas para beneficio de una causa sin que exista nada que sustente que eso suponga un beneficio para la misma. Quizá, como en el caso de los autoproclamados aliados feministas, esa causa tenga más que ver con el beneficio propio que con el de la noble causa en cuyo nombre se flagelan, esto es, meterla en caliente, pues cada uno se deconstruye como quiere.

La secta flagelante de hoy no se queda ni mucho menos en señalar los pecados propios. Pretende extenderlos a toda la sociedad, a todo el mundo. Si uno fue un sinvergüenza en el pasado con las mujeres que se cruzaron en su camino, se deconstruye y además le da por atribuir su comportamiento a todo ser viviente. Es algo todavía más fanático y lamentable que los flagelantes medievales. El egoísmo llega hasta el límite de intentar que el resto de la sociedad diluya la culpa individual y su asunto privado. Entiendan que es difícil asumir que uno es responsable de sus actos, eso sería una terrible salida de la tardoadolescencia que jamás el flagelante aliado deseó. Además existe la posibilidad de que no crean en su sinceridad o de que se quede sin meterla, así que es más fácil cargar el muerto de la estupidez propia a la sociedad, que es inimputable. La cosa llega hasta extremos delirantes, como que un tipo publique en un medio lo inútil, prescindible, lamentable y estúpido que se sintió durante el parto de su pareja y lo poco que se habla de qué sienten los hombres durante el parto, en el que solo sobraba él. Al leerlo, solo puedes esperar que no ose el aliado abandonar sus obligaciones legales para con su hijo, no vaya a ser que la deconstrucción le vaya a salir cara a la madre de la criatura, suceso que de tener lugar a buen seguro que puede ser perdonado deconstrucción mediante.

La actitud flagelante, con su mezcla de servilismo y culpa judeocristiana y su poquito de psicoanálisis freudiano es cualquier cosa menos arrepentimiento. Con los años, he visto comportamientos muy pueriles, cobardes y míseros por parte de mucho flagelante, comportamientos muy tóxicos e impropios de un adulto. Casi todos ellos te quieren convertir a la nueva fe, y suelen señalar a quien no cree necesitar latigazos y los suelen dar ellos mismos sin que se los pidan. Hay gente que no entiende que otro sepa que su comportamiento pasado fue lo que fue y que no necesita el perdón de nadie ajeno. Que puede resolver sus conflictos como una persona madura. Que quizá ellos tengan mucho de lo que arrepentirse y fueran unas personas realmente espantosas, pero que otros hace tiempo que vaciamos los armarios de los cadáveres que había dentro, y no le debemos ya explicaciones a nadie. Es difícil asumir responsabilidades, pero es más fácil cuando te dan una medalla por hacerlo. Aunque tus motivos para ello no sean otros que el sexo. Porque se trata de eso: un ardor adolescente mal digerido, la erección constante de quien se arrepiente de haber mirado el culo a una amiga y pide perdón a la espera de poder tocárselo.