Máster en marranadas

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

11 abr 2018 . Actualizado a las 08:07 h.

Se afirma con frecuencia que los políticos son en democracia muy parecidos a la sociedad de la que emergen. La verosimilitud de esa conclusión tiene que ver con la dificultad para encontrar una explicación razonable sobre cuándo y por qué seres que han sido como los demás durante gran o la mayor parte de su vida pasarían de pronto a comportarse de forma muy distinta. Por lo demás, ni la corrupción, ni la obsesión por los puestos, ni el abuso de poder son monopolio de la política y de quienes la practican.

Ocurre, claro, que algo raro debe suceder cuando se pasa, digamos, de la vida civil a la política, para que comportamientos raros en la primera sean en la segunda más frecuentes de lo que cabría esperar en buena lógica. Hace días una recién llegada a la política, Paula Quinteiro, se convenció en tiempo récord de que su condición de diputada la eximía de cumplir con sus obligaciones de ciudadana ante policías nacionales y locales: «Vostede non sabe con quen está a falar». Ayer publicaba este diario que el eventual sustituto de Quinteiro, si esta finalmente dimitiera, sería un dirigente de En Marea que protagonizó un incidente similar en Pontevedra con un policía local al que amenazó («Vaste decatar, non vas traballar máis») cuando el agente le exigió que cumpliese sus obligaciones como automovilista.

Si en tan poco tiempo es posible asumir que la política es una patente de corso para hacer lo que se quiera resulta fácil de entender que una veterana como Cristina Cifuentes, que lleva en cargos públicos desde 1991 (con 27 años entró en la Asamblea de Madrid y sigue allí), estuviera persuadida de que ella podía hacer un máster sin hacerlo y dedicarse tan tranquila a la política sin temor alguno a que ese escándalo pudiera acabar hundiendo su carrera: a eso se le llama en castellano creerse impune. Y es en la conciencia de impunidad en lo que en gran medida se distinguen los políticos de quienes no lo somos.

Hay otra diferencia, además, que el escándalo Cifuentes ilustra también de maravilla. La conciencia de impunidad acaba generando una negativa patológica a asumir la responsabilidad de los propios actos, de modo que cuando un político es cogido en falta (y no haber hecho un máster que figuraría oficialmente como tal lo es sin duda alguna) su resistencia a dimitir solo es comparable al apoyo del partido al que pertenece. Por eso Cifuentes se niega a admitir que la fiesta se acabó y el PP la ha apoyado en su pretensión pese a saber que el numantinismo en política es esencialmente un craso error.

Una diferencia final entre vida política y civil no puede dejar de señalarse: la incapacidad de los políticos que ven la (viga o paja) en el ojo ajeno para ver la (paja o viga) en el propio. Ahí están sino los militantes del PP exigiendo la marcha de Quinteiro y defendiendo la permanencia de Cifuentes. Y los de Podemos exigiendo la marcha de Cifuentes y defendiendo la permanencia de Quinteiro. Un espectáculo. Bochornoso, sí, pero espectáculo.