La Cartuja de Valldemossa

OPINIÓN

16 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El 13 de marzo pasado se conmemoró el 217 aniversario de la detención de Jovellanos en Xixón para ser encarcelado un mes después en la Cartuja de Valldemossa de Mallorca. Fruto de una delación anónima se le acusó, entre otros delitos, de haber introducido en España un ejemplar del Contrato Social de Rousseau, libro prohibido en aquel momento.

Jovellanos cayó en desgracia víctima de las intrigas palaciegas y de su condición como precursor del reformismo ilustrado opuesto al absolutismo de una parte de España que, pocos años, después acuño el conocido lema de “Vivan las caenas”. Jovellanos se convirtió en un preso político.

En el pasado mes de febrero sufrimos 24 horas negras para la libertad de creación y de expresión en España. En un mismo día coincidió la ratificación de la condena al rapero Valtonyc, el secuestro del libro Fariñas y la retirada de ARCO de la obra de Santiago Sierra: Presos políticos españoles contemporáneos. Si acaso la obra se hubiera llamado  Presos políticos españoles pretéritos,  probablemente Jovellanos hubiera sido uno de los retratados.

Santiago Sierra es uno de los artistas españoles con mayor proyección internacional. A lo largo de sus 30 años de trayectoria su trabajo siempre ha navegado en el filo de la navaja entre la denuncia social y su participación privilegiada en el entramado de la Institución Arte. De ahí que fuera uno de los artistas presentes en ARCO de la mano de una de las galerías  más solidas de España, Helga de Alvear. Dicho sea de paso, galería en la que trabajó varios años el actual director de ARCO, Carlos Urroz.

En la pasada edición de ARCO se presentó una versión actualizada donde se recogen los retratos de 74 hombres y mujeres cuyas caras han sido pixeladas con un pie de foto donde se reseña de modo muy breve su filiación política, las circunstancias de su encarcelamiento y su situación actual. La mayor parte son personas jóvenes y todas con el denominador común de que no fueron acusadas de delitos de sangre. A pesar de eso, choca ver cómo muchas de esas personas fueron o están encarceladas bajo el régimen FIES (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento), el más duro y severo, definido por organizaciones de defensa de los derechos humanos como “una cárcel dentro de la cárcel”.

De manera oficial, el Estado no reconoce la existencia de presos políticos, algo totalmente incompatible con una democracia pero de facto la duda sí que existe al camuflar su existencia bajo tipos penales tales como atentado al orden público, enaltecimiento del terrorismo, rebelión, etc.  Todas ellas, figuras controvertidas y confusas sin consenso de la comunidad jurídica sobre su ámbito y aplicación. Donde unos ven ultrajes o incluso incitación al odio, otros ven el ejercicio de la libertad de opinión o creación. La vigencia de la Ley de Seguridad Ciudadana, más conocida como Ley Mordaza, ha ampliado los supuestos de estos delitos hasta abarcar las opiniones y los actos de desobediencia. Razón por la cual hemos visto a tuiteros en los juzgados o raperos condenados. Sinsentidos como estos es lo que ha hecho que Unidos Podemos en el Congreso haya presentado recientemente más de 100 enmiendas para eliminar las peores características de esta norma.

 Otra de las características de las 74 personas retratadas en la obra de Sierra es que la inmensa mayoría son personas desconocidas para la opinión pública. A excepción quizás de los exconsejeros de la Generalitat y los presidentes de la Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural encarcelados a raíz de los acontecimientos de octubre de 2017 en Cataluña. Su inclusión en la serie fue lo que motivó la iracunda reacción de IFEMA  tratando de forzar la retirada de la obra. De no haberse incluido a estas personas en esta triste serie de presos de conciencia, probablemente la obra hubiera pasado inadvertida como ha sucedido hasta ahora y no hubiéramos sabido de la existencia de presos que son o fueron miembros de grupos de rock, activistas pro derechos de reclusos, periodistas, ecologistas o anarquistas. De esto modo, la polémica sirvió para generar el «efecto Barbara Streisand» sobre la obra y contribuir al fin de la misma: «Visibilizar la existencia de tales presos políticos en el Estado español» y «denunciar la alienación social que permite y justifica esta realidad y mira hacia otro lado».

Como hace más de doscientos años, en España siguen existiendo Cartujas de Valldemossa donde se internan a personas que, sin recurrir a la violencia, son condenadas bajo tipos penales difusos y confusos. También como entonces se enfrentan dos modelos antagónicos. Uno, basado en la libertad  y otro, en el populismo penal represivo.

En 1875, Clarín, otro insigne ahijado asturiano, escribió en su Oda a Jovellanos:

            España era un sepulcro

            rodeado por los mares,

            España era la tumba

            de antiguas libertades,

En nuestra mano está elegir. Justificar y permanecer ciegos ante el sepulcro de las libertades o denunciar las Cartujas de Valldemossa que nos asolan.