Ricos pero honrados

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

15 abr 2018 . Actualizado a las 08:01 h.

En una de sus pocas comparecencias públicas, Rafael Azcona dio con la clave de lo que nos pasa estos días: solo a los pobres se les exige ser honrados. El pordiosero, además de sobrellevar una vida perra, ha de ser un ciudadano que exude integridad, como si la decencia fuese la única manera que la sociedad tiene de tolerar a los menesterosos. Un pobre lleva encima una marca, una indicación de fracaso que se tolera mal y que solo se consiente si el pobre en cuestión no enreda y se enfrenta a la nevera desierta con sumisión y sin tocar las narices. Con los ricos sucede al revés. Se sobrentiende que para avanzar en la jungla se necesita un buen machete, muy pocas preguntas, algo de creatividad contable y un par de paraísos fiscales. Si el resultado es el éxito, da igual en qué charcas se haya chapoteado. Salen más delincuentes fiscales en las revistas del corazón que en las páginas de economía, lo que es un indicio cierto de la estupefacción que produce el dinero.

De lo de estos días se deduce que con el amigo correcto en el lugar adecuado hasta estudiar puede ser un trámite vulgar en el que se complican quienes solo han visto su apellido en el buzón de correos y en las facturas del gas. Para estos, Harvard está en Massachusetts y Aravaca, en Madrid. Vamos, que la realidad está donde solía y quien se la salta acaba en la cárcel o en el frenopático. Pero hay gente que no tiene límite geográfico, temporal o moral que les incordie. No están obligados a ser ricos pero honrados y esto es una indiscutible ventaja a la hora de avanzar. En ese mundo elástico, los títulos se despachan mejor delante de un buen güisqui que en una biblioteca. Y Harvard no está exactamente en Nueva Inglaterra si no donde venga bien y cheire bien fuerte a poder.