Currículos falsos, licenciados Vidriera

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Lavandeira jr | efe

20 abr 2018 . Actualizado a las 07:09 h.

¿Por qué tantos políticos, sin distinción alguna de partidos, falsifican con increíble descaro sus currículos? ¿Por qué ese empeño en decir que se tienen una o incluso dos titulaciones que ni se han culminado ni a veces comenzado? ¿Por qué se inventan diputados, consejeros, ministros y presidentes cursos, méritos académicos y másteres que no les hacen falta alguna para desempeñar una de las poquísimas profesiones para las que no es preciso acreditar ningún conocimiento?

La respuesta a esas preguntas es más importante que difícil. Los políticos se inventan méritos académicos, primero, porque sencillamente no los tienen. La segunda razón no es menos obvia: porque los inventores (¡es un decir!) están persuadidos de que tener títulos tiene tanto valor que merece la pena correr el riesgo de mentir. Ambas respuestas pueden parecer de Perogrullo, pero de inmediato trataré de justificar que no lo son. Pues lo relevante es explicar el por qué de la una y de la otra.

Los políticos se inventan títulos porque si los tuvieran no tendrían que inventárselos. Sea. Pero ¿por qué tantas personas llegan a puestos de notable relevancia (unos pocos miles en un país de cuarenta y seis millones de habitantes) sin poseer algo que, según datos de la OCDE, reunía en el 2015 más del cuarenta por ciento de nuestra población: una licenciatura universitaria. Esta es la pregunta relevante de verdad. ¿La respuesta? Porque muchos políticos comienzan tan jóvenes y con tanta intensidad su vida partidista que no tienen tiempo para otra cosa que hacer méritos en sus partidos respectivos, que son el trampolín para alzarse con el puesto. Muchos no llegan, en consecuencia, a licenciarse y de los que sí una gran parte no han trabajado jamás fuera de la política ni tienen por tanto una verdadera profesión.

Tal respuesta está directamente vinculada a la de la segunda pregunta que hacía más arriba. Muchos de los políticos que carecen de un oficio o profesión han convertido la política (institucional y/o partidista) en su modus vivendi y, por eso, tratan de adornarse con méritos de los que carecen de verdad para poder seguir hasta la jubilación en la actividad de la que comen. La política es una profesión dura, cuyos practicantes (la palabra es correcta, pues la política tienen hoy mucho de fe y de religión) deben competir en un mercado donde cada cuatro años hay oposiciones que ganar para seguir en el machito. Por eso, para tomar la delantera a otros compañeros, se ponen medallas los políticos, con la esperanza -por lo demás, bastante ingenua- de que con ellas se acercarán más y mejor al resultado apetecido.

Ocurre, claro, que en esta sociedad obsesionada con la transparencia (con la buena y con la mala) los falsos currículos convierten a los mentirosos en una peculiar especie de licenciados Vidriera, el personaje cervantino que, enloquecido, acabó creyéndose de vidrio. Y de vidrio son los políticos falsificadores que se hacen trizas al primer golpe de verdad.