Un gay en el zoo

OPINIÓN

YIANNIS KOURTOGLOU | reuters

21 abr 2018 . Actualizado a las 09:32 h.

Un suceso de estos días da cuenta de la muerte violenta de José Luis y Juan Alberto. El segundo, 23 años, «el maricón que pintaba» en un minúsculo pueblo de Córdoba. El primero, de 43, su pareja en la intimidad aunque casi todos los vecinos de este jornalero aficionado al culturismo vivieran ajenos a una relación que acabó a cuchilladas. La tragedia ha servido para volver la mirada hacia la homosexualidad fuera de los grandes circuitos. Cuando las carrozas del Orgullo vuelven a cocheras, cuando se desenchufa la pluma de Jorge Javier, cuando el efecto Chueca se desactiva sigue habiendo jóvenes que se enfrentan a su condición con angustia. Muchos se han organizado en circuitos vitales paralelos que no se cruzan y que se mantienen estancos gracias a unos cuantos perímetros de seguridad y varias mentiras. O muchas medias verdades.

El matrimonio igualitario ha acelerado el proceso de normalización de la homosexualidad en España. Los gais ya no solo son «el maricón que pinta» o «el maricón de la peluquería». Hay jueces, políticos fugados, padres, madres, alcaldes, profesores de universidad y empresarios. También deportistas, aunque se mantenga esa pintoresca excepción del fútbol, al que se dedican miles y miles de jóvenes en toda España, todos ellos asombrosamente heterosexuales.

En 1961 se estrenó La calumnia, un peliculón de William Wyler con dos grandes, Audrey Hepburn y Shirley MacLaine, que reproduce con una precisión inquietante la atmósfera espesa de la homofobia y sus terribles consecuencias. Ese mundo de insinuaciones, difamaciones, insultos y chantajes que tan bien conocen muchos gais. Reconozcamos que algo de ese aire se sigue respirando en muchos entornos, que se sigue pegando a hombres que se besan en público y que sigue habiendo machirulos incondicionales, vocacionales, exhibicionistas y feos que creen que a los gais les gustan todos. Incluidos ellos.

Como sucede con las mujeres, una de las grandes manifestaciones de la discriminación es la condescendencia. Es la responsable de convertir a todos los homosexuales en seres sensibles dotados para el arte. La culpable de considerar que al lado de toda mujer hay un amigo gay. La encargada de suponer que todos son fornicadores patológicos, inestables emocionalmente, expertos en moda y reactivos al balompié. Un reduccionismo que desatiende a un grupo humano tan complejo y diverso como los demás y al que muchos siguen mirando como a las cebras del zoológico.

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