El caso de Alfie Evans

OPINIÓN

03 may 2018 . Actualizado a las 07:24 h.

La dramática historia de este pequeño provoca una profunda resonancia emocional. No puedo evitar una gran incomodidad, un déjà vu, la sensación de haber estado en un callejón sin salida donde todos corríamos el riesgo de ser derrotados.

El caso no era complejo, ni en lo que se refería a su situación clínica ni en lo relativo a su valoración moral: nadie, tampoco el papa Francisco, negó la licitud moral de una limitación del esfuerzo terapéutico (LET). No estábamos ante una eutanasia encubierta, ni mucho menos. El único problema que surgió, como en tantos otros casos de la práctica clínica diaria, estaba en que los padres no solo no había solicitado la LET, sino que no la aceptaron. Esto pasa en muchas ocasiones, en niños y en adultos. No es fácil tomar una decisión de este tipo. No lo es para el médico, mucho menos para los familiares del paciente. Por eso el factor tiempo y una buena comunicación entre ambas partes resultan cruciales. Son las cosas del duelo, que requiere tiempo para aceptar lo irremediable, la pérdida del ser querido.

Judicializar estas cuestiones, lo he dicho muchas veces, es siempre un fracaso colectivo. Por eso sorprende la obstinación de médicos y jueces británicos. Los padres querían luchar, Alfie no estaba sufriendo y había otros profesionales e instituciones sanitarias que asumían su cuidado hasta el final, sin costarle nada al sistema público de salud, ¿por qué entonces no se accedió al traslado? ¿Por ideología? ¿Por chauvinismo? Los deseos de los padres, en este caso concreto, respetaban los principios básicos de la bioética, como hasta el más zoquete de mis alumnos sabe bien. Se convirtió en una polémica lo que no debiera haber salido de la intimidad del hospital.