Cataluña: un agotador e inagotable culebrón

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

LLUIS GENE | afp

11 may 2018 . Actualizado a las 07:32 h.

Como es de todos conocido, culebrón, además de un aumentativo de culebra, es el nombre con el que se designa habitualmente a esas teleseries -mayormente latinoamericanas- que no solo están en antena mucho tiempo, sino que lo hacen a base de inventarse bruscos giros de guion donde cualquier cosa puede suceder, sobre todo si es inesperada y escabrosa: novios que resultan ser hermanos, padres supuestamente fallecidos que reaparecen de la noche a la mañana, casados que no lo están en realidad y solteros que, secretamente, se habían unido en matrimonio. Cosas así, todas muy chiripitifláuticas.

Pues bien, eso que los secesionistas catalanes llaman, poniéndose estupendos, el procés, con la ya inútil pretensión de darle seriedad a lo que es desde hace mucho tiempo una verdadera payasada -de consecuencias trágicas, sin duda, para Cataluña y para España en su conjunto- se ha convertido en un interminable culebrón, cuyos principales personajes transmiten la misma seriedad que los de Simplemente María, Floricienta, La esclava Isaura, Cristal o Abigail.

Su último capítulo, ¡de momento!, es la designación ayer de Quim Torra como candidato a la presidencia de la Generalitat por parte de un Puigdemont convertido, no se sabe con qué legitimidad, en el gran pachá del independentismo catalán.

La designación de Torra constituye, en primer lugar, una derrota estrepitosa de la primera parte designante, Carles Puigdemont, un personaje de opereta, que, de forma incomprensible para un sujeto de sus habilidades y sus méritos, ha conseguido que uno de los países más avanzados del planeta, donde viven cuarenta y seis millones de personas, lleve varios meses pendiente de sus pintorescas ocurrencias y sus delirantes ambiciones.

Pero la designación de Torra abre además un serio interrogante: el de si, tras su discurso de investidura, será capaz de evitar al mismo tiempo el voto negativo de la CUP y la intervención de la autonomía catalana como consecuencia de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. El desafío es muy difícil, pues lo que le vale a la CUP para abstenerse (el anuncio de que seguirá adelante con el delirante plan secesionista) no permitirá a Torra normalizar la situación en Cataluña. Y, por el contrario, tal normalización (el anuncio de que el disparate secesionista se acabó) le asegura al candidato el voto negativo de la CUP.

En tal atolladero han metido a Cataluña, por su mala cabeza y su irresponsabilidad sin límites, los independentistas, con el pachá fugado a la cabeza. Nadie más que quienes se han echado al monte de la ilegalidad y la acción delictiva contra el Estado democrático y quienes los han apoyado con sus votos tienen la culpa de que la política catalana se haya convertido en un inmenso camarote de los hermanos Marx, donde el lío es formidable y solo se oye la voz de quien, desde Alemania, está empeñado en pedir dos huevos duros.