Un nombre para guardar la silla del mesías

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

11 may 2018 . Actualizado a las 07:31 h.

¡Albricias! ¡Habemus president! Fumata blanca en Berlín. Se ha revelado el secreto mejor guardado. El rey Puigdemont I de Cataluña y V de Alemania ha posado su dedo sobre la cabeza levemente calva de Quim Torra y dijo la frase bíblica: «He aquí al hombre en el que tengo todas mis complacencias». Y lo designó candidato. De forma directa, expedita y personal. Sin necesidad de primarias, ese engorro de los partidos democráticos. Sin consulta a su propio grupo parlamentario, que ante el nombre de Puigdemont se santigua. Sin molestar a su partido, que traga, piensa, vota y funciona bajo el principio militar de la obediencia debida. Sin la cortesía de auscultar a sus socios de Esquerra Republicana, a quienes se les exige el voto que quiere Puigdemont en nombre de la causa superior de la república catalana.

Joaquim Torra, al que la Wikipedia presenta como político, editor y escritor en su modalidad de ensayista. Antes, dirigente de las asociaciones que han movilizado a la sociedad catalana, Òmnium y ANC. Y siempre, de muy descriptible simpatía hacia España y los españoles. Esa máquina trituradora de carne que es Twitter ya nos dejó algunos testimonios suyos como que «los españoles solo saben expoliar», que es una magnífica carta de presentación para el momento en que se levante el artículo 155.

Pero no nos engañemos: por eso se fijó en él el mesías Puigdemont. Quiere un hombre tan independentista como él, pero sin su ambición. Es decir, un hombre de lealtades que le guarde el sitio, le sirva, le obedezca y prepare su advenimiento para el momento que el destino decida, que en la ensoñación soberanista será el día de proclamación de la república catalana. Nos esperan días muy interesantes. No descarto que el 155 sea un artículo de quita y pon.

Estamos, pues, ante la solución esperada: un hombre de lealtades, por no decir de paja, designado a dedo por un caudillo, y los caudillos no renuncian nunca a ejercer su caudillaje y tienden a verse como seres superiores, a quienes se debe obediencia y pleitesía. En los libros sagrados del soberanismo está escrito que todos deben obedecer al gran timonel sin mirarle de frente ni preguntar.

Y atención a este símbolo, si se confirma: ese nuevo president no podrá utilizar el despacho que fue de Puigdemont, porque usarlo sería profanarlo. Ese despacho hay que mantenerlo ahí, cerrado a los ojos y a los pies de los humanos, porque el líder ha decidido que no sea contaminado por seres inferiores, no sea que al sucesor se le ocurra recibir ahí a un político español o algo incluso peor: a un catalán no convencido de la independencia. Y además, qué diablos: es el despacho del señor de Berlín, para él está reservado y no hay más que discutir.