Cómo aprendí a llevar sombrero

OPINIÓN

Sombreros en una estantería de la Sombrerería Albiñana, que envía pedidos a todo el mundo a través de Internet
Sombreros en una estantería de la Sombrerería Albiñana, que envía pedidos a todo el mundo a través de Internet Tomás Mugueta

22 may 2018 . Actualizado a las 21:56 h.

Oviedo, pese a la cercanía del Nalón, el Nora o el Trubia, es una de las pocas ciudades que no se levantaron a orillas de un río. Es solo cruce de caminos que se fue haciendo ciudad con la administración, la Iglesia… ¡y el comercio!

Un antepasado mío colateral, el Alcalde don Fausto Agosti, ¿el Foja de La Regenta?, como primer teniente de alcalde, se opuso a Longoria Carbajal hasta lograr el derribo de El Carbayón, nuestro árbol totémico. Fue un arboricidio inmisericorde, como denunciaría Fermín Canella, y luego tantos. Sin el menor ánimo de atenuar el crimen urbanístico/ecológico, don Fausto y sus seguidores liberales buscaban la proximidad al casco del Oviedo redondo de la nueva estación de ferrocarril y el auge para el comercio, pues muchos asturianos visitaban la capital volviendo a sus pueblos a la atardecida en el nuevo medio de transporte y comunicación. Los nuevos solares del llamado Ensanche pasaron a ocuparse por propietarios de rentas más altas y la pujanza del comercio mutó del antiguo eje Magdalena-Cimadevilla-Rúa (la calle de El Comercio de La Regenta) al nuevo de Fruela-Uría.

En los años sesenta y setenta del siglo XX, con la torpe decisión municipal de cerrar con obstáculos la plaza de la Escandalera, la quiebra de la recta peatonal hizo resentirse al comercio y al viario ciudadano.

Son muchas las anécdotas y las nostalgias que un carbayón como yo podría rememorar. Escojo una: en los impares de Fruela había una elegante sombrerería masculina. Todos los años acompañaba a mi abuelo a reponer para la nueva temporada. En una de las últimas ocasiones, quizá en la última, mi querido antepasado, que aprovechaba cualquier ocasión para darme una lección de microeconomía, me advirtió de que aquella prenda ya no interesaba a las nuevas generaciones y que la tienda, elegante o no, cerraría pronto. Fue así, aunque pasando los años yo mismo me engancharía a esa moda sobrepasada y soy de los pocos en readquirir fidelidad al denostado sombrero.