La ética y la casa de 600.000 euros

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Javier Lizón

22 may 2018 . Actualizado a las 08:36 h.

Pablo Iglesias e Irene Montero son como la gente. Y la gente quiere prosperar, vivir mejor, construir su nido de amor en un entorno agradable, cuidar los rosales y facilitar una adecuada rampa de lanzamiento a los hijos. Y cuando digo la gente, digo todos: el anacoreta que anhela un suntuoso chalé en el cielo, el desarrapado que pelea por el mejor rincón debajo del puente, el parado que busca trabajo para alimentar la familia o el pequeñoburgués que aspira a un automóvil de mayor cilindrada. Todos, rojos y azules, sin distinción de razas, sexos o ideologías. ¿Por qué, entonces, se le iba a negar ese derecho a la pareja que preside Podemos? 

La razón para negárselo se llama incoherencia. Y no me refiero a la manida expresión de «predicar con el ejemplo», sino a una cuestión de límites. Cada uno se marca sus propias metas en la vida y para alcanzarlas solo debe respetar dos limitaciones. La primera es la ley que, justa o injusta, debe ser igual para todos. Iglesias y Montero tienen el mismo derecho que De Guindos a comprarse una casa de 600.000 euros o un palacio renacentista. Y a atiborrarlo de retretes, si quieren, como la celebérrima mansión de Boyer y la Preysler. Pero el segundo límite, personal e intransferible, no lo impone la sociedad, ni Marx, ni el papa Francisco, sino uno mismo: cada persona sitúa su listón ético donde le peta. Donde se lo dictan sus principios y sus valores. O donde le parece más conveniente para sus fines.

Pablo Iglesias diseñó un código ético para Podemos e hizo bandera de él en su cruzada contra la casta. Se lo pasó por el arco del triunfo y ahora se queja porque llueven chuzos de punta sobre su cabeza. Construyó una trampa para cazar políticos aburguesados y quedó atrapado en ella junto con su pareja.

Ese código ético establece que sus retribuciones no deben superar el triple del salario mínimo interprofesional. Una medida que siempre me pareció aberrante y, si se me permite, muy poco progresista. ¿Por qué Manuela Carmena debe ganar menos que Ana Botella, su antecesora en el cargo? ¿Por ser de izquierdas? ¿Porque se le presupone peor gestora o menos trabajadora? Cosa distinta es que una u otra renuncien a su salario, lo gasten en copas o lo dediquen a una oenegé. La ética pertenece a la esfera individual, no es un atributo de instituciones o partidos. Sacarla del ámbito personal para instrumentalizarla políticamente tiene estos riesgos: te da votos mientras la imagen se mantiene inmaculada, pero te los quita en cuanto aparecen las primeras manchas. Máxime si quienes colocaron el listón son los primeros en saltárselo.

«Malditos rojos que no quieren vivir debajo de un puente», tuitea, irónico, Monedero. Y tiene razón, esta vez sin ironía, pero omite que son esos rojos quienes se comprometieron a vivir debajo del puente. O en el precario «pisito de currante» que habita el alcalde de Cádiz. Y olvida también que la incongruencia no se elimina con un plebiscito de adhesión incondicional al líder. Del culto a la personalidad debería estar escarmentada la izquierda: siempre acabó mal.