Chaleferéndum

OPINIÓN

Victor Lerena | Efe

24 may 2018 . Actualizado a las 11:32 h.

Ahora que nuestros Juan Domingo y Eva Perón han decidido someter a votación entre las bases del partido si está bien o está mal haberse comprado una casa de muchos dineros, ahora que el chaleferéndum va a ocupar a todas horas a cierta prensa independientemente del resultado, resulta que los hay reprochándole al líder del partido la compra señalando que los líderes deben dar ejemplo y vivir como la gente. La gente normal, la que suda obligada y no llega a fin de mes, se entiende.

Ni que decir tiene que en esto de vivir como la gente hay unos límites. Para el alcalde de Cádiz, por ejemplo, está bastante claro que hay que vivir en lugares humildes aunque el dinero te permita otra cosa, pero es lícito reprocharle a un concejal de la oposición su carencia de estudios superiores, (algo que va camino de ser el título nobiliario del siglo XXI)  como hizo en 2016 el alcalde del presunto cambio:  «Problemas de comprensión, ninguno. Porque yo tengo una carrera y usted ninguna. Se lo recuerdo», le soltó a un concejal del PSOE durante un pleno.

Así que tenemos gente como Kichi que no es pobre pero quiere aparentarlo, y a gente como Pablo Iglesias e Irene Montero que ni son pobres ni hacen nada por disimularlo. Porque aquí no se trata de lo que uno sea, se trata de lo que uno aparenta ser, que viene a ser como el caso de algunos punks que conocí en su día, que al volver del concierto se quitaban la cresta al entrar en el chalé, no uno de esos chalés endosados unos entre otros, sino más bien como el de Iglesias y Montero.  A alguno de ellos lo pude ver años después de aquellas noches potentes en los medios de comunicación después de haber okupado un edificio de viviendas en nombre de no sé qué de la especulación. En aquel momento me sorprendió ver a aquellos tíos a los que se les salía el dinero por las orejas reivindicándose como pobres de solemnidad empujados a la revolución. Eran un poco la versión yonqui del mayo del 68, entiéndase, los mismos pijos con ínfulas de revolucionarios pero con objetivos más modestos. Pero hoy ya no me sorprendo de nada.

Hay algo que se desprende de ese pensamiento de vivir como la gente, o deberse a la gente humilde. Quien dice eso ha asumido que de ninguna manera él forma parte de esa gente a la que dicen defender. Esto no tendría mayor importancia si no fuera porque la apariencia, el producto que intentan vender, no es otro que el de ser parte de esa gente. Por eso, quizá, Kichi dice preferir vivir «en un piso de currante». De aquí se desprende algo quizá más perverso: los currantes tenemos unos sitios determinados no solo en los que vivir, lo cual es más o menos cierto, sino que también tenemos algo a lo que aspirar, esto es, no movernos nunca de donde estamos, no desubicarnos. Que se note que somos pobres. La gente humilde tiene que ser humilde porque si no lo fuera sería otra cosa que ellos no podrían abanderar.

La gente está hasta las narices de vivir regular. No quiere vivir en un piso pequeño «de currante» sea lo que sea eso. Quiere llegar holgadamente a fin de mes, quiere un trabajo que no le destroce la espalda y un sueldo decente, pongamos, por ejemplo, un sueldo como el de Kichi. Esta obsesión sobre cómo se supone que viven los humildes no es más que la forma de igualar por abajo que tanto enamora a todo el mundo desde el 15M y que nos ha traído hasta aquí.

Comprarse una casa que podría albergar los zapatos de Imelda Marcos y todos sus descendientes en los próximos tres siglos es poco estético, y Pablo Iglesias es tremendamente incoherente por ello. Pero que se compren lo que quieran y puedan con su dinero nos debería dar igual, salvo por el pequeño detalle de que hasta no hace mucho el líder de Podemos cargó contra un ministro por hacer exactamente lo mismo que él y su pareja.

En Podemos dicen que hay que votar en el chaleferéndum contra la mafia, pues la casta a estas alturas tiene nuevos miembros a los que no debemos señalar, por la democracia y cosas así que suenan grandes pero que están huecas. No es más que un acto autorreferencial, de darse palmaditas, pero que en cualquier caso acabará dañando al partido. Sí el Líder gana, la credibilidad de Podemos caerá, y si pierde, tendrá que ser fiel a sus palabras y dimitir junto a su pareja. Sea como sea, saldrán perdiendo, y eso sí que quizá termine dando a Iglesias y Montero una vida como la que no quiere la gente ni para su peor enemigo:  ser de los de abajo, de los pobres, de la gente humilde, ponga cualquier eufemismo para evitar hablar de clase obrera. Vivir menos y vivir peor.

Ni la asimilación estética al pobre te hará empatizar con él, ni es tan fácil disfrazarse de uno de ellos. Kichi llega a fin de mes sobradamente. Comprarse una casa más grande o más pequeña no cambia las cosas. Estos revolucionarios como sacados de «Rebelion en la granja» no van a cambiar nada. No sirve golpearse el pecho y decir con orgullo que vives como los currantes como si realmente se pudiera elegir clase social y el currante pudiera darse golpes en el pecho y decir con orgullo que vive como un marqués.

El chaleferéndum y sus delirantes reacciones son un síntoma de lo mucho que se valora la apariencia en cualquier sentido y de la pendiente sin frenos que está llevando a la izquierda al terreno de lo inane, de los debates bobos, de las palabras sin los hechos, de todo lo que le preocupa en realidad a gente que vive con desahogo, de votar chorradas en nombre de la democracia.