Era, para el Financial Times, «el gran superviviente de España», el hombre que había engañado una y otra vez a la muerte política y que, según Angela Merkel, tenía «la piel de elefante». Hasta ayer.
Rajoy fue un maestro de los tiempos, pero no consiguió ser un auténtico señor del Tiempo como ese mítico personaje televisivo llamado Doctor Who, capaz de viajar al pasado y al futuro, alterar la historia y regenerarse las veces que hiciera falta cambiando de faz, pero sin mudar su esencia.
El pontevedrés jugaba a no actuar en las crisis, dejaba que se desgastaran otros y no variaba el rumbo en medio de una tormenta. Hasta que el PSOE presentó su moción tras la demoledora sentencia del caso Gürtel, que los situó a él y al PP en fuera de juego. Entonces suspendió su agenda, dejó incluso de ir a la final de la Liga de Campeones y se volcó para dar una nueva pirueta y salvar su carrera.
A Rajoy, que patentó una curiosa doctrina sobre la responsabilidad política basada en la negación de su existencia, lo ha atropellado un tren que dejó acelerar hasta descarrilar. Dio la batalla ante Sánchez, pero cuando se supo perdedor ni siquiera fue al Congreso. En las redes se preguntaban dónde estaba. Y formulaban todo tipo de teorías. Algunas decían que había emprendido un viaje a través del tiempo para deshacer alguno de sus pasos y evitar su caída. Otras que estaba en un bar. Acertaron las segundas. El político gallego siempre presumió de previsible.