Incógnitas en la agenda exterior

Luis Grandal
Luis Grandal PROFESOR DEL PERIODISMO INTERNACIONAL DE LA UNIVERSIDAD CARLO III

OPINIÓN

06 jun 2018 . Actualizado a las 08:05 h.

La elección de Josep Borrell como ministro de Asuntos Exteriores es una buena noticia, a priori, para nuestra política exterior. Lo que no sabemos es si su elección se debe a que su pareja, Cristina Narbona, preside el PSOE de Pedro Sánchez, o más bien se debe a méritos propios, que los tiene y muchos. Decimos esto porque desconocemos el grado de autonomía que el nuevo ministro va a poder desarrollar en la diplomacia española frente a las pautas que le marque el presidente del Gobierno. Porque, hasta ahora, muy poco conocemos, por no decir nada, del papel que España tiene que jugar en el mundo, según Sánchez. Su visión de la política exterior ha sido simplemente inexistente e inconsistente.

España es una potencia media a nivel mundial. Pero puede ser más influyente y activa si aprovechamos bien las circunstancias del momento histórico que nos toca vivir. El brexit es una oportunidad, ya que si jugamos bien las cartas nos permitiría acceder al núcleo duro, donde se toman las decisiones, de la política exterior europea. Por qué no vamos a poder aspirar a sustituir al Reino Unido formando una nueva troika con Alemania y Francia. Además, la situación política de Italia nos favorece. Angela Merkel, quien aprecia a Rajoy por el apoyo y lealtad que dio a su política europea, se lo dejó muy claro a su sustituto: «Nuestros países están vinculados por una estrecha amistad y una relación de socios basada en la confianza».

La palabra confianza es clave porque si algo tiene que ser la política internacional es previsible y de confianza entre socios. La política exterior de Zapatero fue poco fiable. En los últimos años, se había recuperado algo la fiabilidad y la confianza en nuestro país. Ahora veremos qué pasa. Borrell es una garantía; Sánchez, no. Y, la verdad sea dicha, Pedro Sánchez tiene por demostrar e incluso rectificar bastante sobre lo que ha hecho en Europa. Aún se recuerda en las cancillerías el giro copernicano que impuso en el PSOE al no votar a favor de Jean- Claude Juncker, después de que populares y socialdemócratas europeos acordaran la presidencia de la Eurocámara para el alemán Martin Schulz, y la presidencia de la Comisión Europea para el conservador. Y también se recuerda la recriminación que Pierre Moscovici, comisario socialista de Economía, le hizo por rechazar el tratado comercial de la UE con Canadá.

Hay otros muchos frentes sobre los que el nuevo Gobierno de España deberá retratarse. Por citar unos cuantos: Venezuela, qué papel vamos a desarrollar, el de Zapatero con Maduro, o el de Felipe González; Cuba; Nicaragua; defensa de nuestros intereses empresariales en Iberoamérica -no hay que olvidar que más de 400.000 empresas españolas tienen relaciones comerciales en ese continente-; nuclearización de Irán, Oriente Medio, Magreb, Ucrania, y finalmente, pero no menos importante, nuestra relación con la OTAN; la presencia de tropas españolas en distintas áreas geográficas, y Estados Unidos.

El cambio presidencial en España ha acelerado de alguna manera la refundación de Europa, según el plan de Macron. Alemania lo estaba dilatando con el apoyo más o menos explícito de Rajoy. Ahora, Merkel ha adelantado en el Frankfurter Allgemeine la propuesta alemana que se presentará a finales de junio en la cumbre de jefes de Gobierno en Bruselas. Esta será la primera prueba de fuego para Sánchez. De entrada, tiene a su favor que sabe inglés. Otra cosa es lo que diga, en inglés o en español.