Un aplauso y cara de alegría: esa fue la reacción automática que me salió ayer por instinto cuando escuché la noticia del nombramiento del nuevo ministro de Ciencia, Innovación y Universidades. Apostaría que fue la misma de muchas de las personas que ahora estaremos bajo su ministerio. A la hora de comandar una nave como esta es importante que el capitán goce del respeto y admiración de sus marineros, para que estos asuman con buena disposición sus decisiones. Pedro Duque tiene mucho ganado en ese apartado.
Habrá quien piense que moverse en los mares de la política y la burocracia es mucho más duro que superar una convocatoria de selección de astronautas. Podría ser, pero Pedro Duque está habituado a formar parte de grandes equipos de trabajo multidisciplinares y con presencia de científicos, y ha dedicado varios años a la dirección y gestión de empresas de innovación tecnológica. Idealista, sí, pero tendrá los pies en la tierra.
El apartado de política universitaria quizá sea el que le caiga más lejos, pero es el maridaje necesario: las universidades son una de las principales fuentes de conocimiento científico. De hecho, la agrupación de los sectores de ciencia, innovación y universidades en una misma cartera es una buena decisión. El mero reconocimiento de la ciencia de forma explícita en el cuadro del Gobierno supone ya una dignificación que venía siendo reclamada desde hace mucho tiempo. El nombramiento de Pedro Duque ha generado ilusión, ahora le queda demostrar su altura.