A propósito de Max

Manel Loureiro
Manel Loureiro PRODIGIOS COTIDIANOS

OPINIÓN

Rodrigo Jimenez | Efe

08 jun 2018 . Actualizado a las 09:29 h.

No recuerdo cuándo fue el momento exacto en el que me crucé por primera vez con Màxim Huerta, el hoy nuevo y flamante ministro de Cultura. Creo recordar que fue en un premio literario en el que ambos éramos miembros del jurado. Por supuesto, yo ya le conocía por su paso televisivo, así que mi primera reacción, sentados en una mesa mientras valorábamos la calidad de las obras finalistas, fue observarlo con disimulo para saber qué clase de persona era aquel tertuliano de aspecto afable que además escribía sorprendentemente bien. A la media hora ya me había dado cuenta de que era un tipo encantador. Una par de horas después, estaba seguro de que había tropezado con alguien culto, sensible, inteligente y que me caía muy bien. Desde ese día, hace tres años, tengo el honor de contarme entre los miembros de su lista de amigos.

A quien le sorprenda su nombramiento como ministro de Cultura es porque no conoce a Max. Es una persona valiente y tímida a la vez a la que no le importa reinventarse las veces que haga falta. Como presentador, tenía su sitio asegurado como busto parlante en los informativos -con el halo de respetabilidad que eso supone en nuestro país- cuando decidió lanzarse a la programación matinal como tertuliano de Ana Rosa Quintana, en una maniobra que muchos consideraron un suicidio profesional. «Te vas al marujeo», le decían, con gesto de horror, sin darse cuenta de que desde allí Max tenía una plataforma privilegiada para contar la actualidad de otra forma. Y sí, también el marujeo. Pero incluso en el momento en que parecía haberse instalado en una trayectoria televisiva cómoda y muy rentable volvió a sorprender y abandonó la televisión para dedicarse a escribir. Y una vez más, entre caras de espanto, lo hizo bien. Ganó premios, publicó novelas traducidas a varios idiomas (y esto no es mérito de la tele, que allende de nuestras fronteras no ven Telecinco) y de repente, en una nueva pirueta y entre nuevas caras de espanto, salta a la política.

Desde el mismo día de su nombramiento, una legión de carroñeros se han dedicado a excavar en el pasado de Màxim Huerta en las redes sociales -sí, hay gente que se dedica a eso- para tratar de demostrar que no es adecuado para el cargo. Es el mismo desafío que se ha encontrado toda su vida, voces empeñadas en susurrarle: «Tú no vales para esto» y que después se han desvanecido con sordina y sin hacer ruido, algo avergonzadas. Le afean, por ejemplo, que haya dicho que no le gusta el deporte y que no sabe mucho de fútbol, tratando de hacer ver que eso es incompatible con ocupar la cartera de Cultura y Deporte. Por supuesto, todo el mundo sabe que, por ejemplo, Méndez de Vigo era un corredor de maratones profesional, Ignacio Wert un amante del balonmano o que Cospedal se sabía al dedillo todos los tipos de cazas de combate antes de ser ministra de Defensa. Pero claro, estos son políticos profesionales, que saben de todo y que todo lo de su cartera les encanta.

Pensarán que digo todo esto porque Max es un amigo, y puede que tengan razón. Pero al menos, antes de juzgarlo, denle el beneficio de la duda. Porque quizás les sorprenda, una vez más.