La costumbre de Nadal

OPINIÓN

14 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Como ya es costumbre, otro junio más, Rafael Nadal se impone en Roland Garros: ya son once. Es acojonante lo de este hombre. Junio: inicio del verano, adiós a los calcetines, largas tardes en terrazas, cuerpos al aire y Nadal imponiéndose en París. Llegará un tiempo en que Rafa no gane el trofeo de los mosqueteros, no sólo esto, sino que ni siquiera dispute la final o pase de las primeras rondas. Entonces, nos caerán encima todos los años que han pasado desde que vimos a aquel joven mallorquín, con 19 años, ganar en 2005 su primer Roland Garros derrotando a Mariano Puerta. RN lleva casi la mitad de su vida ganando en la Philippe-Chatrie, yo llevo la mitad de mi vida viendo como lo hace. Cada final en París ha paralizado mi casa, reuniéndonos frente al televisor: tensión, gritos, aplausos, risas, lloros, alegría y orgullo. Nadal no es sólo uno de los mejores deportistas de la historia -que es lo único por lo que realmente se le debe juzgar-, además es un referente. Rafael Nadal Parera paraliza el mundo, endulza la vida.

El tenis que jugaron el domingo Rafael Nadal y Dominic Thiem (6-4 6-3 6-2) fue impresionante, estamos siendo testigos de algo que tardaremos mucho en contemplar de nuevo. Qué belleza la de estos gladiadores modernos peloteando sobre el polvo de ladrillo. Los rivales que se enfrentan a Rafa tienden a medir la posibilidad de imponerse a éste según el resultado y sensaciones del primer set. DT trató de aguantar el tirón, pero pronto se dio cuenta que era imposible. Al de Manacor le entraba todo, se venía arriba según avanza el reloj. Dominic miraba al cielo, a la grada, a Rafa, poniendo caras de incredulidad y desesperación -al igual que ya hiciera Del Potro en la semifinal- , su rostro y sus gestos parecían decir: este tío es un Dios, es imposible. Thiem es el futuro que llama a las puertas de la gloria, pero nadie le abre; llegará un momento, no falta mucho, en que descerroje todas ellas y se quede a vivir en el Olimpo del tenis: ya será presente y no futuro. En el último set, cuando todo parecía encarrilado para la victoria de Rafa, aún hubo tiempo para que volasen los fantasmas de la lesión y a muchos se nos parase el corazón. Rafa tuvo que parar en mitad de un juego, no podía mover la mano. Dicen que fue un calambre. Todo se solucionó. Tras unos minutos de indecisión y miedo, Nadal volvía a la pista. Su juego, de aquí a la victoria, fue el mejor que se puede hacer cuando apenas puedes mover la mano. «Sólo pensaba en la mano», reconoció después. Rafa terminó ganando, otro junio más, por no alterar la idiosincrasia del torneo. Al bello verano le da la bienvenida, el español, coronándose rey de la tierra batida: una monarquía absoluta y despótica. Su undécimo trofeo en París, y Nadal se sigue emocionando como la primera vez: honor.

Cuando Rafael Nadal ganó su primer Roland Garros (2005) la canción que más sonaba en España era «La Gasolina»; Ronaldinho ganó el Balón de Oro; gobernaba ZP; murió Juan Pablo II; tuvo lugar la desgracia del tsunami en el Sudeste Asiático. Todo cambia, pero hay veces que lo hace para que todo siga igual.