El candidato evidente dice no

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

19 jun 2018 . Actualizado a las 08:14 h.

Alberto Núñez Feijoo fue durante muchos años el único dirigente popular presente en todas las quinielas para sustituir a Mariano Rajoy en la dirección del Partido Popular cuando el hasta hace nada presidente del Gobierno decidió abrir eso que los partidos, con un lenguaje muy poco apropiado, han dado en llamar la sucesión.

En contra de lo que sus adversarios en Galicia han venido proclamando desde hace mucho tiempo con insistencia tan berroqueña como completamente imaginaria, según ayer se demostró, la omnipresencia de Feijoo como posible sustituto de Rajoy no se debía a que el presidente de la Xunta diera motivos para sostener la constante cantinela de que él estaba «con un pie aquí y otro en Madrid». Ni Feijoo manifestó nunca ese interés de un modo directo o indirecto, ni maniobró jamás, abiertamente o de forma solapada, contra el presidente nacional del PP, lo que sí hicieron en momentos diferentes otros dirigentes populares. Muy lejos de ello, Feijoo actuó con plena dedicación política en Galicia, mientras demostraba a Rajoy a lo largo de los años posteriores a su primer duelo con Zapatero una completa lealtad: primero al candidato derrotado en el 2004 y el 2008; y luego a quien fue presidente entre 2011 y 2018.

¿Por qué, pues, esa coincidencia creciente, entre la opinión pública y la opinión publicada, sobre el posible salto de Feijoo a la política nacional en el momento en que Rajoy da finalmente un paso atrás? Pues porque, en ocasiones, se impone la tozuda realidad: y la realidad es que Feijoo era con mucha diferencia el mejor candidato posible para sustituir a Rajoy en la nueva etapa que se abre tras su marcha en el todavía primer partido del país.

Era, digo bien, porque, ayer el presidente de la Xunta anunció que mantenía su compromiso con Galicia, la comunidad que le ha dado tres mayorías absolutas sucesivas y lo ha convertido en el único presidente autonómico que hoy gobierna en España con la mitad más uno de los diputados del Parlamento regional.

Aunque parece obvio que la decisión de Feijoo abrirá una dura batalla por el liderazgo del PP que su candidatura con casi total seguridad habría evitado, nadie podrá acusar al presidente de la Xunta de flojera por hacer lo que siempre había prometido: culminar el mandato político que con tanta amplitud (casi el 48 % de los votos) le dieron hace dos años los gallegos. Resulta muy extraño, es verdad, en un país donde la gran mayoría de los políticos dicen una cosa hoy y otra mañana. Tanto, que serán muchos -empezando por los que venían anunciando desde hace años la segura marcha de Feijoo- los que no reconocerán en ese gesto coherencia alguna sino meros intereses personales.

Despejada la incógnita Feijoo, variable de la que dependían en su partido tantas cosas, el PP debe tomar ahora una decisión fundamental: resolver ordenadamente la renuncia del candidato evidente o abrirse en canal ante el país para regocijo de sus competidores.