David contra Goliat

Luis Grandal
Luis Grandal EN VIVO

OPINIÓN

27 jun 2018 . Actualizado a las 08:12 h.

Cuando en 1947 la ONU aprobó la resolución 181 que dividía Palestina en dos Estados, Israel y Palestina, acordó también el control internacional de la ciudad de Jerusalén hasta que se decidiera un estatus especial, dada su condición de ciudad santa para las tres religiones monoteístas: judía, cristiana y musulmana. Pero nunca se llegó a plasmar ese estatuto especial. Las guerras lo han impedido. Desde 1949, la zona oeste de Jerusalén quedó en manos de Israel y la zona este bajo el control de Jordania. La Guerra de los Seis Días (1967), en la que Israel aplastó a los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania, provocó la ocupación israelí de la zona este de la ciudad. Desde 1967 viene actuando en la parte este como si también fuera israelí, y desde 1980 la considera ya completa y unida. Sistemáticamente, la ONU ha rechazado mediante resoluciones la posición de facto y también de iure de Israel sobre Jerusalén. Por eso en Jerusalén no había ninguna embajada.

El pasado 14 de mayo, coincidiendo con el 70.º aniversario de la proclamación del Estado de Israel por David Ben Gurion (1948), los EE.UU. materializaron el traslado de su embajada desde Tel Aviv a Jerusalén. El Congreso de EE.UU. aprobó, en 1995, trasladar su embajada a Jerusalén, aunque nunca se llegó a ejecutar. Donald Trump tomó la decisión de llevarlo a efecto. Muchos países no ponen en duda que Jerusalén debe ser la capital de Israel, lo que cuestionan es que la ciudad debe tener un estatus especial que reconozca también que la zona este es palestina y que se respeten las condiciones de las tres religiones monoteístas.

Sin ir más lejos, el alcalde de Jerusalén amagó, en febrero pasado, con un supuesto impuesto a las iglesias, que rectificó tres días después, lo que llevó a que el Santo Sepulcro fuera cerrado al público como protesta. ¿A quién pertenecen los santos lugares? Católicos, ortodoxos y armenios custodian esos lugares, terrenos sobre los que tienen derechos, desde muchos siglos antes del Estado de Israel. Y lo mismo pasa con la mezquita de Al-Aqsa, que los musulmanes consideran sagrada porque, según ellos, desde allí subió al cielo Mahoma. La campaña electoral de Ariel Sharon en el 2000, al pisar la explanada de la mezquita, que dio lugar a la segunda Intifada, fue a todas luces una provocación.

Y provocación es la respuesta que los palestinos de Gaza hicieron a Israel. No tanto por la embajada estadounidense, sino porque no admiten el Estado de Israel. En Gaza gobierna Hamás, que es yihadista y nacionalista. Resulta llamativo que fueran los palestinos de Gaza y no los de Cisjordania, los que llevaran a cabo esas protestas, que se saldaron con decenas de muertos. En lo que va de siglo, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando demasiado a esa violencia. A la violencia de Hamás, que no deja de disparar cohetes hacia territorio israelí, y a la desmesurada respuesta de Israel a las provocaciones de Hamás. En Gaza viven casi dos millones de palestinos. Sus ingresos provienen mayormente de la ONU y el agua, la luz y otros servicios dependen de Israel. En la franja de Gaza, una extensión de 370 km2, vivían originalmente los filisteos. De allí era Goliat, el gigante que murió de una pedrada lanzada por el joven David. Como antaño, la historia se repite.