Del Mundial de Rusia no nos ha echado la constante impericia de que Silva sea titular, de este equipo o de cualquier otro. Tampoco las manos flojas de De Gea. Ni mucho menos el penalti que nos pitaron y el que nos dejaron de pitar. No ha sido ni siquiera la manía del toque a toque, que es una forma de jugar espléndida cuando tienes a un matador en la punta y no al centurión Diego Costa. Del Mundial nos echaron un par de días antes del comienzo, cuando Florentino, el del Madrid, el hombre que todo lo puede en esta España de charanga y pandereta, quiso demostrar su poder omnímodo y se cargó la selección fichando al entrenador de la misma para el equipo que preside. Él, tan español, ha sido el más antiespañol de todas las Españas. Por eso ayer, mientras el independentismo catalanista brindaba por la eliminación de España, yo me puse a pensar en Florentino y me salió esta columna a bote pronto. Como un golpe bajo. En verdad, algo como lo que ha sucedido en las horas previas del comienzo del Mundial solo puede ocurrir en España. Solo aquí. Por eso el dolor parece menos dolor. Somos distintos hasta para eso. Para dispararnos en el pie en nombre del egoísmo, la falta de perspectiva y el cortoplacismo. A Lopetegui no puedo desearle en lo deportivo buena suerte. Él, una marioneta de Florentino Pérez, también nos decepcionó a todos. Queda la rabia, que es una forma sutil de decir que nunca aprenderemos. Somos un país que no queremos ser país. Gracias, Florentino.