18 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La cultura popular tiene unas raíces profundas con las que nos habituamos a convivir, hasta el punto que apenas nos percatamos del sentido que alcanzan expresiones utilizadas de forma cotidiana.

Somos un pueblo que ha vivido en estado de alerta y quizá, fruto de situaciones de escasez y necesidad generadas en nuestra historia reciente, ha prendido en el subconsciente colectivo la cultura del «armario lleno», ocupado en otro tiempo por productos alimenticios básicos: aceite, azúcar… y hoy por múltiples «objetos» que solo nos recuerdan la utilidad que algún día tuvieron.

Por si hay caso, arraigan arquetipos, más limitativos que liberadores, que pretenden aportar dosis de seguridad y, sin embargo, solo ocupan un lugar en el espacio, físico o intelectual, lastrando la posibilidad de incorporar otras perspectivas acordes con el momento.

Quizá sea una tesis autoesculpatoria, excesivamente reduccionista, considerar que la experiencia acumulada se debe gestionar en combinación con las nuevas vivencias y, en el supuesto de conflicto, ha de prevalecer la primera, pues atender otras, no contrastadas, rompe la armonía de una «identidad» que el tiempo ha ido definiendo.

Sin embargo, vencer los miedos de forma consciente, ser receptivos y permeables a una evolución continua que resulta imparable, nos sitúa en ese espacio que tanto anhelamos de vida y progreso que, en definitiva, con nosotros o sin nuestro concurso, continúa creciendo día a día.

Asumamos el riesgo y releguemos el «por si acaso» a ese cajón del armario que pocas veces abrimos; interroguémonos, descubramos nuevos conocimientos y experiencias, veamos y escuchemos, reflexionemos y aprendamos, abiertos a la vida.

Solo quienes se consideran viej@s se parapetan en el «por si acaso», paso previo a la derrota final; entonces seremos un terreno conquistado del “porque siempre ha sido así”.