La fotógrafa Anderson y la intrahistoria de Asturias

OPINIÓN

01 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En los tres o cuatro meses que la fotógrafa norteamericana Ruth M. Anderson (189-1983) estuvo en Asturias, a partir de enero de 1925, su propósito de documentar con imágenes la región y sus gentes quedó minuciosa y extensamente cumplido, hasta el punto de ser su legado uno de los más importantes y valiosos de los que se conocen y hasta ahora no habíamos tenido oportunidad de observar.

El trabajo le fue encomendado a la fotógrafa por la Hispanic Society of America, institución que el año pasado recibió el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional, circunstancia que ha facilitado sin duda el montaje e inauguración de la gran muestra de fotografías de Anderson (Hallazgo de lo ignorado) que se expone desde este mes de julio en el Museo Casa Natal de Jovellanos y el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón.

La Hispanic Society fue fundada por Archer M Huntigton (1870-1955) en 1904 y en pocos años se convirtió en el museo y biblioteca de Estados Unidos más importante de los dedicados a la cultura hispánica. Anderson no solo visitó Asturias en compañía de su padre Alfred T. Anderson por encargo de esa asociación, sino que entre 1923 y 1930 recorrió toda España con el propósito de aportar información gráfica sobre sus pueblos y ciudades, centrada en los aspectos más cotidianos de la vida urbana y rural, con especial incidencia en el mundo del trabajo, los mercados, las fiestas tradicionales, las costumbres y otras celebraciones públicas.

La gran expectación que la muestra ha despertado en Asturias está sobradamente justificada y tiene su comprobación diaria en la masiva asistencia de visitantes, que es de esperar se prolongue a lo largo de los cinco meses que permanecerá en los centros mencionados. Para muchos, las fotografías de Anderson no sólo ilustran de realidad las historias semiolvidadas que cada cual tiene en la memoria -contadas por sus padres y abuelos-, sino la de aquellos libros de carácter literario o los ensayos de carácter histórico que sazonan nuestros conocimientos mayores o menores sobre el primer tercio del pasado siglo en esa región.

Valen para este cometido tanto los relatos familiares que escuchamos en la niñez como las novelas de aquellos autores que reflejaron la Asturias de esa época, como pueden ser las de Palacio Valdés, Leopoldo Alas o Alfonso Camín en mi caso. No está de más tampoco sacar conclusiones, a la vista de la pobreza que se percibe entre las clases populares, acerca de por qué se produjo en Asturias una fugaz revolución proletaria en octubre de 1934, brutalmente reprimida por el gobierno conservador del segundo bienio republicano. La fotógrafa norteamericana visitó España durante la dictadura del general Primo de Rivera, cuando de los veintidós o veintitrés millones de habitantes más de la mitad (55 por ciento) eran analfabetos, condición que rondaba porcentajes mucho más altos entre los obreros y campesinos.

Por distantes que nos parezcan esas imágenes, por lo que describen más que por el tiempo transcurrido -mucho más próximas por lo primero a los siglos pasados que al nuestro-, el espectador de una cierta edad ha de reconsiderar obligatoriamente mientras las contempla que tanto sus padres como sus abuelos, si pertencieron a esas clases populares, vivieron esas penurias o estuvieron muy cerca de ellas.

Esta reflexión personal es fundamento sobrado para dar a la muestra mucho más valor que el meramente documental, tan digno de aprecio por lo que supone de avistamiento de un mundo insuficientemente conocido en imágenes. Las fotografías de Ruth M. Anderson tienen también una entidad evocadora de caracter retro-vivencial que hace de la exposición un tránsito de la mirada por la ardua vida cotidiana de quienes nos precedieron y ya no están para acompañar con su testimonio oral lo que ese material visual pone delante de nuestros ojos para recordarnos la procedencia de lo que somos.