«El maquinista de La General»

OPINIÓN

Quique García | EFE

02 ago 2018 . Actualizado a las 08:10 h.

U na comisión bilateral es, en lenguaje diplomático, una reunión entre iguales. Porque si se tratan asuntos que interesan a instituciones de naturaleza distinta, como es el caso que nos ocupa, la denominación correcta es la de comisión mixta, que es como bautizó nuestra Constitución a las comisiones de transferencias. No me cabe ninguna duda de que la comisión bilateral que se reunió ayer, para tratar cuestiones que interesan al Estado español y a Cataluña, fue gestionada por Sánchez como si fuese una comisión mixta mal denominada. Pero también sé con absoluta certeza que el Govern de Torra hubiese rechazado la reapertura de esta comisión si su denominación no fuese tan ambigua como lo es; si no se hubiesen introducido en el orden del día cosas y temas que un Estado solo puede negociar con otro Estado; si la reunión no se hubiese celebrado en Barcelona, donde Torra tiene preeminencia protocolaria y política sobre la ministra Batet; y si no se transmitiese la evidente sensación de que Cataluña ya cuenta, de facto y de jure, con una relación tan privilegiada con el Estado español que establece una diferencia esencial con el resto de las autonomías.

La conclusión es que ayer, al margen de comunicados y monsergas explicativas, ganó el independentismo y perdió el Estado unido y soberano, pues todo indica que, en el intento de mantener la cohesión y funcionalidad de la mayoría que votó la censura, se han rebasado ya, aunque sea con disimulo, todas las líneas rojas que el Estado nunca debió de cruzar, y que el independentismo siempre quiso hollar de forma tan evidente, tan pública y con tanta apariencia de institucionalidad y diálogo como lo hizo ayer. Por eso auguro una tragicómica deriva para la cuestión catalana, con plena consciencia de que, en política, lo tragicómico suele ser mucho más grave y difícil de rectificar que lo trágico.

Dicho lo cual, no les extrañará que compare a Sánchez con El maquinista de La General, aquel colosal personaje de Buster Keaton -director y protagonista del filme- que va quemando su propio tren para alimentar la locomotora de vapor. Porque solo con esta metáfora se puede comprender la maniobra del presidente, que también ha adoptado la arriesgada decisión de Keaton para dialogar con Cataluña.

Sánchez está convencido de que, si el tren del Estado llega a su destino, aunque sea destartalado, el sacrificio habrá valido la pena, porque después habrá tiempo para reconvertir la chatarra en un nuevo tren, que en nuestro ejemplo equivale a proponer una radical e incierta reformulación del Estado. Lo malo es que en nuestra particular «guerra de secesión» -pues todo cuadra en mi comparación-, la maniobra de Sánchez es innecesaria; la reconstrucción de un Estado malherido es, desde el PSOE, pura quimera; y, a los riesgos que corremos, se suma la injusticia de un dios de barro que, yendo a la inversa del cosmos, premia a los malos y castiga a los buenos. Demasiado riesgo para tan cutre propósito.