Alberto Estrada, el escultor de la memoria de Dionisio de la Huerta

OPINIÓN

06 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hubiera que hacer una escultura del alma de Alberto Estrada, tendría que ser dinámica, con un colorido intenso y con trazos firmes y definidos, y bañada por las aguas del Piloña y el Sella. Vamos, que tendría que ser una escultura mecida por el rumor eterno y constante de los ríos que han alumbrado la vida de sus antepasados, y por supuesto la suya, en la que la familia y los amigos son valores supremos.

Multifacético y apasionado, este demiurgo del barro puede hacer en cerámica mucho más de lo que el común de los mortales podamos imaginar. Su taller es como un viaje al Renacimiento, donde cientos de ideas, de composiciones y de formas se funden en un cromatismo infinito absolutamente envolvente.

Y además, Alberto es un espontáneo pedagogo capaz de trasmitir en poco tiempo la sabiduría y el oficio de décadas. En realidad tiene la sencillez y transparencia de los elegidos por los dioses para transformar la vida cotidiana en una obra de arte.

Pero no solo de cerámica se alimenta el ingenio de Alberto. Su vocación artística se aliña con la deportiva, y ambas se hornean a una temperatura ideal, capaz de generar obras donde el deporte es fuente de inspiración y protagonista.

Entre todos los deportes, el niño de sus ojos es el piragüismo, que practicó desde la infancia, y al que continúa vinculado incesantemente, aportando, por ejemplo, sus gotitas de creatividad en el Descenso del Sella, o guardando como puede y siempre que puede, la memoria de Dionisio de la Huerta, y custodiando su legado en ese taller de los prodigios donde da rienda suelta a su fantasía, precisamente a orillas de otro río: el Piles.

Como guardián de la memoria de Dionisio y del Sella, Alberto es incansable e inasequible al desaliento. Lleva casi veinticinco años tirando por un carro al que se le han colocado a veces palos en las ruedas, y en cuyo camino ha tenido que sortear muchos obstáculos. Pero Alberto Estrada sigue ahí, cumpliendo la máxima revolucionaria que dice “Iremos derrota tras derrota hasta la victoria final”.

Afortunadamente, no tiene prejuicios, y no le importa lo que puedan pensar los que están eternamente agazapados, y prestos a criticar con negativo instinto cualquier iniciativa que no hayan parido ellos.

Alberto considera, con juicioso criterio, que Asturias le debe mucho a Dionisio de la Huerta y que el verdadero reconocimiento es dar a conocer su legado de forma didáctica y amena, de manera que los que hoy son niños comprendan el mensaje que nos dejó una persona humilde y sencilla, que tuvo una genial idea, que supo concretar y mantener en el tiempo, con altruismo y convicción.

Porque está claro que el mensaje de amor por la naturaleza, de ejercicio de superación ante las dificultades, de exaltación de la amistad y el compañerismo, de respeto a los convecinos y compatriotas, de multiculturalidad, de pasión por las tradiciones, de ilusión por la asturianidad, y de sentido lúdico y saludable de la vida, hoy es más necesario que nunca, en una sociedad con altas dosis de despiste existencial.

Alberto Estrada, a imagen y semejanza de Dionisio, con altruismo y convicción, no desaprovecha oportunidad para poner de manifiesto el legado del, a menudo incomprendido, genio piloñés.

De momento, Alberto continúa su infatigable deambular, como en una especie de sueño laberíntico, a la espera de encontrar un día una salida…

Tal vez la clave de esta curiosa y romántica historia está en navegar y navegar hasta alcanzar la otra orilla o hasta llegar a la línea de meta.

De momento, Alberto Estrada seguirá rezándole a Dionisio, y esculpiendo el aire y las aguas de Asturias, guardando silencio entre el público, de orden de Don Pelayo…