Un elefante en la habitación

OPINIÓN

16 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días hemos visto como una mujer aprovechaba la fama de James Rhodes para sacar a relucir su discurso delirante en Twitter, acusando al pianista de ser un quejica por relatar los abusos que sufrió a la edad de seis años y que le causaron gravísimas lesiones físicas y terribles secuelas psicológicas. Muchas personas criticaron a la tuitera, que perdió muchos seguidores, y mucho aliado de los que se declaran feministas al mismo tiempo que envían fotopenes sin solicitud previa, se desvincularon de sus palabras, aunque hubo alguno que puso peros, dándole la razón en eso de que a Rhodes se le hacía caso porque es un varón blanco heterosexual, que como todo el mundo sabe, es lo más terrible que un hombre puede ser, pues pudiendo haber elegido ser otra cosa, se quedo en esa.

De las palabras de la tuitera se desprende que, por mucho que afirme lo contrario, no ha leído el libro. Pero lo que también se desprende de todo lo ocurrido, es que nadie, o muy poca gente, ha querido ver qué es lo que ocurre aquí. Durante muchos años, se ha dejado pastar a sus anchas a cierto tipo de activista, tuitero o no, apuntado a nobles y necesarias causas, sin que medie crítica alguna, haga lo que haga y diga lo que diga. Las palabras de odio que destiló la mujer contra el pianista inglés las hemos leído cientos de veces en redes sociales para justificar cualquier ataque, humillación, insulto o linchamiento virtual. Exactamente las mismas palabras, las de «un varón blanco y heterosexual». El motivo por el que en esta ocasión la cosa no salió como le hubiera gustado a la tuitera, es que Rhodes es un personaje muy querido, un tipo que se siente feliz en nuestro país, alguien entrañable, alguien con el que, en cierto modo, todos compartimos la tragedia que nos dio a conocer en su primer libro.

En todos estos años en redes sociales, he visto cómo se intentaba hundir a muchas personas que no han tragado con ese no-razonamiento. Se ha difamado a escritores por escribir un libro que señala el elefante en la habitación de la izquierda con mayor o menor acierto. Se ha acusado de maltratador y asesino de hamsters (lo juro) a personas por el simple afán de hundirles. Ya no hace falta un sistema judicial, solo una almoadilla delante de unas palabras que deben ser creídas sí o sí, como en una misa. De este modo, es fácil llegar a pensar que te van a perdonar cualquier burrada que digas.

Toda esta pendiente está llevando a que muchos contemplen necesarias causas como lo que muchas personas están empeñadas en convertirlas: una caricatura de lo que son o de lo que fueron. Por supuesto, esto a la activista de turno le da exactamente igual, pues en no pocas ocasiones este descenso a los abismos se ve recompensado. En contra de lo que creen algunos, las redes sociales forman parte del mundo real, como mi pierna o tu culo. Por eso, a mucho activista y activisto y activiste la jugada de transformarlo todo en una parodia involuntaria, les está saliendo bien. De las redes sociales, han dado el salto a los medios e incluso a la política municipal, lo que sin duda se traduce en dinero, sea poco o mucho, da igual.  En mis propias y abundantes carnes he sufrido varias acusaciones delirantes por parte del sector, una de ellas incluso desde la cuenta de un cargo público de la izquierda, que no dudó ni por un momento en relacionar mi dependencia del alcohol con el machismo, pues ya se sabe que me van a hacer más caso a mí que a cualquier mujer por el hecho de ser un varón blanco heterosexual. He visto con estos ojitos cómo se miente, manipula, humilla e insulta a todo aquel que tiene la ocurrencia de poner en duda lo que otros dan por hecho con fervorosa y fanática fe.

Que alguien sea hombre heterosexual o trisexual, no le quita ni le pone razón a lo que dice. Eso no es un razonamiento, no es un argumento, no es absolutamente nada más que una colosal estupidez que igual podemos tolerar en alguien de catorce años, pero no en personas que se pretenden adultas. No sirve de nada indignarse por lo de James Rhodes cuando durante años ese mismo mensaje, exactamente el mismo, se ha ido imponiendo como una metástasis en las redes sociales sin que nadie señale que es erróneo, mientras la espiral de silencio nos envuelve a todos, mientras quienes sostienen estupideces de ese calibre y maldades equiparables a las que leímos estos días sobre Rhodes andan metiéndose en política y cobrando del dinero de todos, imponiendo en la medida de sus posibilidades ese dañino mensaje y ese no pensar. Esto pasa porque tú lo has permitido, con tus aplausos o con tus silencios, ni más ni menos.