Dos periodistas birmanos y los rohinyá

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

05 sep 2018 . Actualizado a las 07:39 h.

El oficio de periodista no es fácil. Vivimos tiempos de cambio en los que la oferta de los medios tradicionales debe competir con las informaciones, muchas veces sin contrastar, en ocasiones manipuladas, que otros ofrecen gracias a la tecnología. Ello por no mencionar la banalidad del trabajo de algunos que se ocupan y preocupan de la denominada telebasura. Y esta competencia, a veces, desvirtúa el trabajo serio, riguroso y profesional de los periodistas de raza que ya no gozan del gran respaldo económico de los medios, como solía ocurrir el siglo pasado y que, pese a ello, se juegan el pellejo en zonas de conflicto o donde la democracia brilla por su ausencia. Profesionales que afrontan grandes dificultades, teniendo que sortear las cortapisas legales de algunos gobiernos, lo que les conduce a la cárcel, como es el caso de muchos periodistas turcos, o les hace perder la vida en países tan peligrosos como Afganistán, Siria o Yemen.

El último caso que ha salido a la luz ha sido la condena a siete años de cárcel, de dos periodistas birmanos de la Agencia Reuters, Wa Lone y Kyaw Soe acusados de violar la Ley de Secretos Oficiales. Investigaban los crímenes contra la minoría rohinyá, la piedra en la rueda de la nobel de la paz Aung San Suu Kyi, líder de la revolución pacífica de Myanmar contra la dictadura militar de su país. Desde 2016, cerca de 700.000 rohinyás han huido del estado de Rakin en el norte de su país perseguidos por los militares birmanos.

El detonante fueron los ataques del grupo militante rohinyá conocido como Arsa, a quienes el gobierno acusa de ser terroristas. A uno de los 185 grupos étnicos de Myanmar, su condición de musulmanes les ha condenado a ser declarados apátridas por su país en el que el denominado proceso de burmización y la extensión del budismo han agravado el rechazo social. Puede que la condena internacional alivie la condena de los periodistas pero no parece que vaya a aliviar la de los rohinyás atrapados entre una guerrilla independentista y un país de acogida, Bangladés, superpoblado y muy pobre.