La poco serena Williams

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

28 sep 2018 . Actualizado a las 19:26 h.

Tranquila, Serena. Eso es probablemente lo que el árbitro de la final del US Open querría que se hubiese dicho a sí misma Serena Williams, en lugar de lanzarse a una espiral de violencia verbal difícil de entender en una jugadora de su calibre. La versión original del incidente no tiene desperdicio. Veamos: su entrenador acepta que ha realizado una señal en un código interno para tratar de modificar la táctica que empleaba Serena (y que hasta entonces solo la había llevado a dejar juego tras juego en manos de su oponente), lo cual está prohibido y hace que el árbitro le señale una advertencia; desesperada, al cabo de unos puntos, la poco serena Williams rompe su raqueta y se gana una amonestación; cuando se sienta le espeta al árbitro que le debe una disculpa, «porque ella nunca hace trampas». Como al cabo de unos segundos no la ha recibido, insiste -con una actitud rara vez vista en una pista de tenis-, y argumenta entonces que «ella no hace trampas porque tiene una hija». Vale. Hasta ese momento, esperpento explicable -que no justificable- por la tensión que ha vivido en el US Open, con la sanción por su modelito inicial y el verse desbordada por una jugadora a la que casi dobla en edad.

A partir de ahí, un sinsentido. ¿A qué viene alegar que hay muchos hombres que les dicen cosas a los árbitros y que no son sancionados? ¿De verdad hay muchos casos así en tenis? Casos de gritarles a los árbitros en medio de una final con todos los medios de comunicación al acecho que se va a encargar «de que no vuelva a arbitrar en una pista donde esté ella» y de repetirle una y otra vez que el árbitro le debe una disculpa y que quiere que la haga por megafonía, no recuerdo muchos.

Por otro lado, ampararse en que no recuerda ningún caso en que un árbitro le hubiera quitado un juego a un hombre por llamarle «ladrón», no parece muy lógico. Desde luego, no creo que muchos jugadores (en ningún deporte) llamen ladrón al árbitro públicamente -a voz en grito y micro abierto- y esperen que no les ocurra nada bastante grave. Claro que lo que le ha ocurrido a Serena es que le han puesto una multa que supone aproximadamente el 1 % de lo que ha ingresado por llegar -y perder- esa final.

En fin, solo como recordatorio, hay que saber que desde hace unos años los premios en metálico que reciben las mujeres en los torneos de Grand Slam son iguales a los de los hombres (aunque ellas juegan a tres sets y los hombres al mejor de cinco), y que desde McEnroe a Nalbandian, son varios los jugadores masculinos que han sido descalificados por actitudes similares a las de Serena Williams. Además, no se puede olvidar que el reglamento prohíbe que los entrenadores den instrucciones desde el palco a los jugadores masculinos, pero lo permite para las femeninas, excepto en los torneos de Grand Slam. Recurrir en un arrebato de ira y de frustración a la excusa de que el árbitro lo hizo por «sexismo» y que no hubiera sancionado igualmente a un hombre en esas circunstancias le hace un flaco favor a la causa de la igualdad. Desde luego que hay situaciones injustas y desequilibradas, pero esta, en concreto, no lo fue.