Trump se come la langosta

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

NICHOLAS KAMM | Afp

19 sep 2018 . Actualizado a las 07:31 h.

Salvo alergias o delirios gustativos, lo normal es dar por sentado que Donald Trump se ha zampado en su vida unas cuantas langostas. Pero como presidente su capacidad devoradora va más allá del plato individual con vistas al bunker del hoyo 18. Porque el millonario se está comiendo el negocio del crustáceo en Nueva Inglaterra. La costa Este de Estados Unidos es un vivero de las élites, pero también un lugar en el que rebozan y fríen las almejas para servirlas en cajas de cartón o cucuruchos de papel. Y un sitio en el que la carne desmigada de langosta se sirve dentro de ese pan que se usa para el perrito caliente y se viste con una salsa que puede oscilar entre la mayonesa y la rosa que le da el toque final al célebre lobster roll. Curioso animal. En Suiza se ve que han sido testigos directos de su sufrimiento en demasiadas ocasiones, porque allí prohibieron meter al bicho vivo en agua hirviendo para procurar sacrificios menos dolorosos. La cuestión es que la langosta da de comer a parte de los vecinos de Maine, ese trozo de tierra que sigue alimentando las pesadillas de Stephen King y John Connolly. La revista Newsweek cuenta que en ese Estado el terror ahora lo siembra China. Aunque hoy nadie parezca asumirlo, las decisiones tienen unos hijos llamados consecuencias. El Gobierno del país asiático decidió contestar a los impuestos extra impulsados por Trump aplicando nuevas tasas sobre productos estadounidenses como... la langosta. Y las ventas de Maine se han desplomado. Alguna compañía ha despedido a uno de cada cuatro trabajadores en plena época estival, cuando el consumo interno todavía tira del maltrecho carro. Dicen que peor será el invierno. Pero Trump seguirá comiendo langosta.