Tabacalera-Gijón: una nueva situación

OPINIÓN

El interior del edificio de Tabacalera, en Gijón
El interior del edificio de Tabacalera, en Gijón

24 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Hay algo peor que la nostalgia de lo que no se ha vivido? Para varias generaciones que apenas rozamos la efervescencia del alegre y convulso Gijón de los noventa, cuando iniciativa pública y privada no se confundían tanto y las propuestas culturales no se agotaban en la tiranía de la audiencia y la estacionalidad, la Plataforma Tabacalera fue un raro ejercicio terapéutico. La apuesta por otra imaginación política, con jornadas públicas, encuentros semanales y asambleas extraordinarias, pretendía abrir el debate sobre los usos y los modos de gestión de la antigua Fábrica de Tabaco, una vez convertida en equipamiento público. La idea era cruzar varios deseos y malestares: por un lado, las aspiraciones que llevan años reivindicando los vecinos y vecinas de Cimavilla, y por otro el papel de un cuerpo social, no sólo de creadores o artistas, ansioso por ensayar nuevas formas de economía y administración colectiva, fuera de la burocracia y del mantra empresarial de la innovación y el desarrollo.

Frente a una crisis estructural que es también laboral y ecológica, frente a un derrumbe que se antoja generalizado y ahora, que muchos descubren que el populismo no es solo patrimonio de un tipo de izquierda, este puede parecer un debate elitista. Aunque el ejemplo de Tabacalera constituye, en realidad, un síntoma no ya de la falta de ideas o de la improvisación generalizada, ni tampoco de la ausencia de un relato para la ciudad, como algunos creíamos inocentemente. Se trata, más bien, de la adopción de un modelo que o bien prefiere la servidumbre de unos y los privilegios de otros, o bien sigue anclado en una posición ilustrada. Me refiero a una visión que clausura el campo de posibilidades que se dibuja cuando la sociedad asume tareas de autogobierno. Por ejemplo: la apremiante tarea de inventar nuevas relaciones entre museo y sociedad, donde las exposiciones y el patrimonio se completan con otras prácticas más participativas, como laboratorios sociales o talleres que entienden la cultura a la manera de un capital público, sometido a una negociación y una redistribución constante.

Es curioso, en todo caso, observar de qué forma se fue desinflando aquel ímpetu inicial capaz de reunir a más de cien personas en una asamblea, singular en un contexto tan acostumbrado a delegar en profesionales y especialistas la toma de decisiones que nos afectan a todos y todas. Admitamos, en este sentido, que a pesar del interés de los medios de comunicación y los grupos políticos, la Plataforma Tabacalera fue incapaz de conectar con una sensibilidad transversal, más allá de la dedicación del pequeño grupo que todavía sostiene el proceso. Sin duda, influye la merma continua de personas que, ante las escasas oportunidades laborales, han tenido que emigrar. Así como una cierta tristeza, una atmósfera de abatimiento que, enroscada en un laberinto de relaciones de poder, asume los estrechos márgenes de acción que las instituciones permiten. Una vez confirmada la impostura de aquel proceso de participación ciudadana que quedó en papel mojado, quedamos a la espera de la llegada de un nuevo grupo de expertos y consultores, con voz y voto. O tal vez, lo que esperan algunos es que los problemas se olviden con un nuevo récord guinness y que el turismo masivo se convierta, por arte de magia, en jet set. Más modestas, las fuerzas que originan experiencias como Plataforma Tabacalera son capaces de emerger una y otra vez, donde y cuando menos se las espera, atentas a las posibilidades que se abren con los retos y crisis del presente. Es la alegría de desear juntas lo imposible.