Un plan para el Valle de los Caídos

OPINIÓN

Cruz del Valle de los Caidos
Cruz del Valle de los Caidos SERGIO PEREZ | Reuter

22 sep 2018 . Actualizado a las 10:22 h.

Para enriquecer el debate nacional, y tras analizar los geniales aportes hechos por otros ciudadanos a este crucial y urgente problema, voy a presentarles una propuesta que, si no consigue resolver las dudas que genera la reconversión del Valle de los Caídos, puede servir, al menos, para amolar el histérico debate en el que nos han embarcado las élites gobernantes. Reconozco que los despojos del dictador -cuya Brigada Social me detuvo en Madrid en 1971 (diligencias nº 2758), me puso a disposición del TOP (sumario 649/1971), y me aportó un currículo antifranquista cursado con exámenes reales, y no con las convalidaciones que hicieron antifranquistas a Sánchez, Iglesias y Rufián-, son como una espina clavada en el corazón de la basílica de la Santa Cruz; y que es preciso resolver ese asunto como y cuando mejor se pueda. También asumo, con Machado, que «En el corazón tenía / la espina de una pasión; / logré arrancármela un día: / ya no siento el corazón». Y por eso hay que conjurar el riesgo de que alguien vuelva a cantar, brazo en alto, «Aguda espina dorada, / quién te pudiera sentir / en el corazón clavada».

Mi plan tiene dos partes: sacar el muerto de Cuelgamuros, de lo que se encarga Sánchez; y rellenar el burato que dejará la espina con algo sólido -¿un centro de la memoria?, ¿un cementerio civil?, ¿un monumento comido por la maleza, como las ruinas mayas, que las generaciones futuras conviertan en patrimonio mundial?-, para que el corazón de la basílica pueda seguir latiendo sin sentir el angustioso vacío del dictador.

La propuesta consiste en convertir el templo hipogeo en un Archivo Nacional de trabajos académicos y títulos honoris causa que, realizados después de la Guerra Civil, hayan sido ocultados, repudiados, olvidados o voluntariamente traspapelados por sus autores, de forma que, al tiempo que convertimos la basura en patrimonio, consigamos que nadie quiera ser relacionado con tan agreste farallón. La ceremonia empezaría con el traslado de los trabajos de Cifuentes, Montón, Casado y Sánchez hasta la tumba de Franco, para que, una vez exhumado su cadáver, se pueda rellenar el burato con tan preciada mercancía, y se vuelva a tapar con la lápida al revés.

Después, tras ampliar cuatro veces la basílica, empezaríamos a liberar las universidades y bibliotecas de los cientos de miles de tesis ocultas, títulos espurios y trabajos y expedientes manipulados, para que allí descansen en paz, sin hacer distinción alguna entre autores fachas, rojos, populistas o centristas.

Para compensar estas expropiaciones, la comunidad benedictina que custodia el Valle rezaría por los autores allí representados, para que no vuelvan a escribir nada más. Sería el primer monumento del mundo dedicado a la memoria de lo inútil -un enorme porcentaje de la producción científica y académica-, que convertiría en anónimos todos los trabajos de trámite que nadie quiere reivindicar. Sería un alivio, sin duda, para todos y todas.