Personas cultas e informadas acuden a diario a las farmacias a pertrecharse de productos empaquetados como medicamentos cuyos efectos terapéuticos equivalen a los de un chute de nada. Se le llama homeopatía y confirma que en la sociedad fakenews la verdad es una aspiración sobrevalorada si la mentira se vende con el lazo adecuado. Trump y el brexit son dos síntomas dolorosos de este giro que ha dado la historia pero también esa inexplicable negación de la ciencia de quienes abandonan la quimioterapia por una pirula de azúcar o exponen a sus hijos a palmar de sarampión por su letal superchería anti vacunas.
En este tiempo de sofistas, charlatanes retocados con Photoshop empuñan potentes altavoces tecnológicos para lo de siempre: comprometer el futuro y amenazar el progreso de todos. Se valen de trucos que misteriosamente cuelan, de mercancía averiada que demasiada gente compra sin contrastar la etiqueta. Lo más perturbador es que entre quienes sucumben a esta cháchara de brilli brilli figuran personas instruidas a quienes el conocimiento no ha vacunado contra la impostura, personas que inexplicablemente se tragan una milonga que puede ser suicida y homicida. Es cierto que tipos como Pujol, cuya inteligencia nadie cuestiona, compartía sus teorías del saqueo con una bruja de O Carballiño que le pasaba huevos negros por la chepa. Pero con las redes la estupidez se ha industrializado. Es como si miles de personas le preguntaran a la meiga Adelina del president cómo abordar un glioblastoma multiforme, aunque ahora Adelina despacha en farmacias y el huevo negro se vende en cápsulas y con su prospectito. Mucho no hemos avanzado.