Gotas de lluvia en el desierto español

OPINIÓN

BALLESTEROS

29 sep 2018 . Actualizado a las 09:41 h.

Ojalá fuese verdad, como dicen los todólogos, que el Gobierno Sánchez está atascado en los graves problemas de España. Qué felices seríamos si el acoso que mantiene la oposición tuviese su fundamento en la lucha contra la violencia de género, la revisión del sistema educativo, las reformas fiscal y laboral, el debate sobre la UE, el modelo energético, las bolsas de marginalidad y pobreza, la financiación autonómica, el problema demográfico, el plan hidrológico y la inquietante deriva catalana. Pero la triste realidad es que nada de eso inquieta a Sánchez, cuya gloria solo se ve empañada porque plagió su tesis, porque Franco es difícil de exhumar, porque hay ministros que no cumplen con Hacienda, o que copian su trabajo de fin de máster, o que mienten como bellacos, o que le llaman maricón a un compañero, o que son homófobos y misóginos, o que hacen ingeniería parlamentaria para gobernar desde la minoría absoluta, o que cuartean España para congratularse con Torra, o que chalanean con Iglesias sobre fórmulas presupuestarias de alto riesgo, o que manosean el CIS para disimular la ruina del Gobierno bonito.

La política española se ha convertido en el reino de la banalidad, la triquiñuela y lo cutre. La clase política se nutre de mediocres e inexpertos que convierten el Parlamento en una torre de Babel. Para lo único que hay consenso es para huir hacia delante. Los pesos pesados del saber y la experiencia escapan del servicio público. Y toda la realidad de un país bellísimo y delicioso -al que sus achaques no lograron doblegar- permanece oculta por un velo de ignorancia, complejos y postureo que nos impide regresar a la racionalidad política. Por eso considero un regalo del cielo que, en medio de tanta desolación, haya venido Manuel Valls, ex primer ministro de Francia, a poner una pica en Barcelona.

Aunque falta mucho para ver y valorar las consecuencias de este hecho, la presencia de Valls viene a contradecir todos los elementos que definen nuestra actual decadencia. Porque es un grande y experimentado político que regresa a la arena; porque concibe su candidatura como una operación de regeneración europeísta; porque asume compromisos concretos frente a los vendavales de populismo y demagogia; porque señala al nacionalismo como el mayor riesgo de disolución de la cultura y la democracia europea; porque es un aliciente para que otros políticos se arriesguen igual que él, y porque le da a los electores de Barcelona una posibilidad racional y realista de frenar el desorden revolucionario que se ha instalado en las instituciones de Cataluña.

La sombra de este plan es que está obligada a operar desde una plataforma de geometría variable -«Barcelona, capital europea»- que, vista la experiencia de Macron, solo puede funcionar -y no siempre- desde una amplísima mayoría. Un problema que espero sea superado por la inteligencia y la experiencia de este Valls que cayó sobre el secarral español como una gota de agua dulce.