La sombra de la duda

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

MARK RALSTON

29 sep 2018 . Actualizado a las 09:44 h.

Como era de esperar, el testimonio de Christine Blasey Ford ante el comité de justicia del Senado norteamericano se convirtió en una lucha de emociones y no de argumentos. De un lado, una mujer aseguraba que, décadas atrás, había sufrido un intento de violación no consumado a manos de un adolescente. Del otro lado, aquel adolescente, hoy un juez conservador de prestigio, lo negaba. Los dos fueron vehementes, los dos lloraron. Sus lágrimas, las de ambos, parecían sinceras. Es difícil, por no decir imposible, distinguir aquí la verdad de la mentira. Como en esos concursos de aguantar la mirada fija, se trataba de ver si alguno de los dos se derrumbaba o daba señales de falta de convicción. No sucedió. Cundió la alarma entre los republicanos cuando Kavanaugh estalló finalmente y, con rabia y con ira, acusó a los demócratas de intentar destruirle con mentiras. Pero su rabia, como la tristeza de Ford, también sonó sincera.

Al final, lo previsto: los senadores votaron según su pertenencia política y Kavanaugh logró (por 11 votos a 10) superar esta primera fase de su confirmación. Pero la presión de la calle se hizo notar de una manera muy visible cuando un senador republicano clave, Jeff Flake de Arizona, que acababa de declarar que «aún con dudas» votaría a favor de Kavanaugh, fue acosado por varias mujeres activistas en un ascensor. Poco después, este mismo senador, aun votando a favor de Kavanaugh, pedía que el siguiente paso de la nominación, el voto en la cámara del Senado, se retrase durante una semana para que el FBI investigue el caso. Había ayer cierta confusión sobre si esto es siquiera posible, pero el detalle es revelador del poder de la sospecha y la agonía de la duda.

En el fondo de todo esto subyace no una lucha política sino una guerra cultural: la nueva cultura del #MeToo frente a un sistema basado en la presunción de inocencia cuya defensa se está dejando cada vez más en manos de los conservadores. Es una lucha feroz, y el caso Kavanaugh su símbolo más perfecto, precisamente porque atañe al Tribunal Supremo, la sede de la conciencia del país. Por eso, sea cual sea al final el resultado de este proceso de confirmación, no hay duda de que dejará un EE.UU. más dividido, su opinión pública más polarizada. Si Kavanaugh logra ser finalmente investido como juez del Tribunal Supremo, los progresistas norteamericanos, y muy especialmente quienes creen en las políticas de género, lo considerarán una deslegitimación del alto tribunal, una institución que ha gozado tradicionalmente de más prestigio que ninguna otra en el país. Si las cosas se tuercen para el candidato de Trump (y esto puede ocurrir, dado lo ajustado de los números en el Senado que tiene que confirmarle) será la otra mitad de EE.UU., la América más bien conservadora, la que sentirá que un grupo de presión minoritario pero poderoso de lo «políticamente correcto», apoyado por los medios de comunicación, les ha impuesto de nuevo sus valores desde Washington. Las emociones, los sentimientos, no los argumentos, determinarán también aquí los bandos.