Rendido ante los revoltosos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

MARISCAL | Efe

03 oct 2018 . Actualizado a las 07:42 h.

Pues sí que era grande el margen de confianza que Torra le había dado a Pedro Sánchez: cinco meses y a tomar viento. Los cinco meses se cumplirán a principios de noviembre y si en esa fecha el presidente español no ha negociado la autodeterminación de Cataluña, el independentismo lo dejará caer. Es la revelación del día, al menos hasta el momento de escribir esta crónica. Como el señor Torra la hizo cuando la hizo, al día siguiente de los sucesos del 1-O, lo más fácil es deducir que el presidente catalán se ha rendido ante los revoltosos. Fue a pedirles que apretaran, lo apretaron a él exigiéndole «desobediencia o dimisión» y eligió desobediencia. Cumplirá los trámites (intenté negociar, pero se niegan, hemos tropezado otra vez con la intransigencia de Madrid), pero la amenaza tiene fecha de vencimiento.

Enhorabuena, por tanto, a los Comités de Defensa de la República: cortar vías y carreteras, intentar asaltar el Parlament o utilizar la violencia tiene premio: el gran premio de la cabeza de Pedro Sánchez. O referendo o nada.

Y, por supuesto, no valdrá la idea de Sánchez de votar un nuevo Estatut con más autogobierno: eso es historia pasada, ahora estamos en la llamada postautonomía. Y que me perdonen los independentistas, que esto no es ninguna comparación, pero sí una coincidencia para la historia: ETA mataba a los que abogaban por el diálogo, como Ernest Lluch. El separatismo radical de Cataluña se quiere cargar al presidente español que más practicó el diálogo. La esquela política la escribió Elsa Artadi: «No nos sentimos obligados a mantener el Gobierno de Sánchez».

Y miren que el Gobierno de Sánchez se esfuerza en desinflamar la herida infectada. Ayer mismo, su ministra portavoz quiso echar una mano a Torra, hizo un último esfuerzo para complacerle y lo declaró «no responsable» de los sucesos del lunes porque «no llamó a la violencia». Es igual, ministra. Si algo aterroriza a Torra, es que los independentistas radicales se pongan contra él. Por mantener o reconquistar su amistad es capaz de plantear un chantaje al gobierno de la nación. ¿Qué digo? Es capaz de censurar la actuación de su propia policía, algo nunca visto en ningún gobernante con un mínimo sentido de su responsabilidad.

No es la primera vez que ocurre algo parecido en Cataluña. La anterior fue cuando Puigdemont dudaba si convocar elecciones como le sugería Rajoy, o proclamar la república. Cuando Íñigo Urkullu y otros emisarios lo tenían convencido de que optase por las urnas, oyó los gritos de «traidor» en la Plaza de Sant Jaume, también se aterrorizó y optó por complacer al griterío.

Son de la misma escuela: cuando empiezan a parecer juiciosos, el ruido de la calle les hace perder la razón.