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OPINIÓN

SUSANA VERA | Reuters

06 oct 2018 . Actualizado a las 09:19 h.

En contra de lo que vulgarmente se dice, España es el país europeo que más políticos destruye, desperdicia y ningunea. Y no solo porque hay una inquisición -fáctica y laica- que va procesando a la gente por sospechas, majaderías o impurezas de sangre, sino porque incluso los mejores -los que desempeñaron altos cargos con éxito, y han acumulado saber y experiencia- desaparecen de la vida pública como un clínex, que, en vez de ser guardado y reciclado, acaba atascando alcantarillas. Así que, primer corolario, en España dimite, o simplemente se escaralla, demasiada gente, y es imprescindible detener esta sangría.

Lo que sí es cierto es que, al contrario de lo que sucede en otros países con más templanza y experiencia democrática, todos los que dimiten en España lo hacen por presiones de los puritanos, de los ignorantes y de los envidiosos, o por haber sido investigados por un aparato judicial que se amolda como un guante a esta sociedad de rumorosos, picapleitos y tertulianos, mientras es imposible encontrar, en la inmensa lista de los depurados, a uno que hubiese dimitido -o fuese cesado- por manta, por vago, por dedicarse al postureo, por indeciso, por no saber de la misa la media, o por «estar aí, velas vir e deixalas pasar». Y esa es la razón por la que, lejos de servir para regenerar la política, o para hacerla más eficaz y más digna, la larga retahíla de los defenestrados solo sirve para destruirla, de manera que, en el justo momento en que llega al poder Pedro Sánchez, cuyos códigos inquisitoriales son más duros y exigentes que los de Torquemada, hemos logrado tener la clase política más desnortada, ignorante, liviana e ineficaz que se recuerda, y la que, por eso mismo, sigue produciendo más dimitidos que nunca, sin que nadie se atreva a decir que solamente habría que cesarlos por inútiles, engolados e inexpertos.

El problema de España no es que haya -en la misma proporción que Alemania y Reino Unido, y en menor proporción que en Italia- ladrones, aprovechados, machistas o inmorales, porque todo eso nos viene de fábrica con ese material llamado humanidad. Nuestro problema es que no tenemos una clase política en el sentido estricto, y que en su lugar hemos aupado a una pléyade de audaces y aprovechados que olvidan lo importante para atender lo anecdótico, o que confunden la hermosa realidad de España con el escenario de cartón piedra y decorado naíf en el que escenifican sus utopías.

¿Y quién tiene la culpa de todo eso? Pues mucho me temo que -además de otras importantes colaboraciones- la responsabilidad esencial resida en los ciudadanos, que, resignados a ser alimentados con miñocas, acabamos picando en todos los anzuelos políticos, mediáticos y rumorosos que pululan por ahí. Por eso creo que, más que protestar y criticar, buscando culpas ajenas e indulgencias propias, necesitamos un tiempo de introspección sincera. Para ver si sigue siendo cierto que, con una sencilla papeleta, se puede arreglar cualquier cosa.