Rato y la señora Aguirre

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

JUAN MEDINA | Reuters

06 oct 2018 . Actualizado a las 09:20 h.

Esperanza está triste, ¿qué tendrá Esperanza? Un suspiro se escapa de su boca por Rato y expresó este lamento: «Va a la cárcel por 90.000 euros que ya había devuelto». Podría añadir: «otros fueron a la cárcel, es cierto, pero ni la Justicia consiguió que devolvieran un euro». Habría quedado más populista, porque esa es la convicción popular: compensa robar, porque nadie te quita lo robado.

A mí tampoco me gustará ver a Rato entrar en la cárcel. Pero, para comentar ese trance, no se puede quedar uno en el dinero que gastó y del que, ciertamente, devolvió hasta el último céntimo. Lo que en su caso se juzgó y condenó fue otra cosa: fue también que Rato fue presidente de Caja Madrid y se encontró con esa práctica, corrupta, y él sabía que era corrupta. Y no tuvo agallas para romperla. Llegó a la presidencia, le entregaron la tarjeta, miró la lista de sus poseedores, vio que eran gentes honorables y no tuvo el coraje de suprimir esa prebenda. Y cayó en el doble pecado del fraude personal y de no impedir el fraude de otros. Por eso tendrá que ingresar en la cárcel. El juez entendió que la devolución del dinero no era la expresión de su honradez, sino una obligación, derivada precisamente del miedo a la Justicia.

Aguirre puede estar triste, y le honra que Rato la entristezca por amigo, pero ¿se imagina alguien que la sentencia hubiera sido absolutoria? Sería un escándalo para un país que vivió aquel episodio como uno de los grandes casos de corrupción institucionalizada; como uno de los privilegios existentes en una sociedad que acababa de sufrir el engaño de las preferentes; como la muestra de una mala gestión que le costó al erario 20.000 millones, y solo en esa entidad.

Rato no fue el culpable de esos desastres. No tuvo tiempo para provocarlos. Pero ocupó la dirección de la caja cuando los desastres alcanzaron su mayor nivel. Estaba allí y le faltó arrojo para prohibir lo que se salía de la ley y encauzar lo que ya tenía ingredientes de la gran ruina. Por eso el juicio popular, lo designó como símbolo de una época. No condenó solo a Rato; condenó a toda una época y a todas unas costumbres de esa época. Si el escándalo de las tarjetas se hubiera producido en tiempos de bonanza, a lo peor no se hubiera ni descubierto. Es más: no se descubrió.