Scorsese en tres movimientos

OPINIÓN

Martin Scorsese

15 oct 2018 . Actualizado a las 05:02 h.

1) El tiempo de la modernidad. En 1975, y después de haber entregado varias sobresalientes películas, Martin Scorsese colabora por primera vez con el guionista y posterior realizador Paul Schrader en Taxi Driver (1975), sin duda una de las piedras angulares de su filmografía y del cine estadounidense de la década (y de todas las décadas). En el número 26 de los volúmenes de la colección “Programa doble” editados por la revista Dirigido por, el siempre sagaz Carlos Losilla enuncia una valiosa teoría sobre Taxi Driver, estableciendo una fructífera analogía con Centauros del desierto, según la cual la película de Scorsese podría considerarse de algún modo una puesta al día, definitivamente antiheroica, en plena década de los setenta y con el paranoide trasfondo de la Guerra de Vietnam aún lacerante, de la mencionada película de 1956. Una suerte de remake deforme en el que la redención final, a diferencia de lo que ocurre en la inagotable obra maestra de John Ford, no alcanza a cobrar sentido fuera del caos mental del protagonista, y del deslavazado presente en el que se asienta. Hablando sobre la escritura de Taxi Driver, Schrader comentaba en una entrevista hace años que el proceso le llevó menos de un mes, algo que consideraba muy positivo respecto a aquellos libretos que se atascan durante meses o años en la mesa del guionista. Podría decirse entonces que “vomitó” la historia basándose en sus vivencias personales, en el convulso estado de ánimo que le ocupaba en aquel instante, y en la idiosincrasia político-cultural de EE. UU. a mediados de los 70.

 2) La plenitud de un estilo. Aunque pueden encontrarse fácilmente varios antecedentes en la filmografía del propio Scorsese, Uno de los nuestros (1990) ha sido sin duda uno de los referentes fundamentales para directores posteriores que han gozado de predicamento entre los aficionados y/o la crítica, como Quentin Tarantino o Guy Ritchie. Resulta innegable que su responsable había entregado ya varias obras maestras a lo largo de los años, pero en esta película logra alcanzar una absoluta cima en su estilo, que los sucesivos visionados no hacen más que apuntalar. Aquí brilla en todo su esplendor el espasmódico vigor narrativo de un cineasta en plenitud de facultades y de confianza en sí mismo. Momento memorable: Henry Hill, personaje encarnado por Ray Liotta, se encuentra en un club nocturno escuchando las bromas que encadena Tommy DeVito (Joe Pesci), las cuales celebra con una sonrisa-mueca extremadamente forzada, en un inolvidable ejercicio de histrionismo actoral bien entendido. Y a Henry no se le ocurre otro comentario, bienintencionado por supuesto, que subrayar lo “gracioso” que le parece Tommy, apunte que es tomado, medio en broma medio en serio, como una ofensa por Tommy, provocando una de las situaciones más tensas de las que uno, cinéfilo empedernido, tiene recuerdo. Difícil, imposible, hacer de un personaje interpretado por Pesci alguien tan sumamente imprevisible y peligroso como lo consigue Marty en esta película.

3) Tras los pasos de Rossellini. En 1999, Scorsese dirige Mi viaje a Italia, documental cuyo título original, Il mio viaggio in Italia, homenajea a una de las joyas de la filmografía de Roberto Rossellini: Te querré siempre (1954). Sabido es por los aficionados al cine de Rossellini que su obra se expandió mucho más allá de lo cinematográfico, pues a medida que cumplía años se mostró más y más preocupado por la supervivencia del humanismo y la racionalidad en nuestro presente, sobre todo en su última (y tristemente olvidada) etapa didáctica. De algún modo, una parte de la actividad de Scorsese a partir de la creación de la Film Foundation para la preservación del cine y el celuloide, se puede considerar como continuadora de la senda iniciada décadas antes por Rossellini. Y eso le honra especialmente y en gran medida, sobre todo teniendo en cuenta que su posición totalmente consagrada en el cine estadounidense y entre la crítica internacional no le obligaba ni mucho menos a emprender una labor que hoy día nos parece imprescindible.